"Es importante saber por donde sopla el viento", pues aquí el viento parece soplar hacia un halago masivo a la directora, Belén Macías, por la delicadeza y miramiento, en este filme, de emociones sentidas que, prontamente, son aparcadas la verdad, y por la alabanza común hacia su protagonista, María León, en su espléndida actuación de madre coraje que lucha y no abandona.
Sinceramente, me parece todo lo leído sobre ella un poco exagerado y sobrevalorado pues le falta intensidad, garra, entusiasmo y fuerza a una historia que pasa por encima, demasiado suave, ligera y poco penetrante en un relato, se supone, traumático, agudo, reflexivo y acerbo sobre el abandono, la superación, la soledad de la decisión, la responsabilidad de la actuación, la tensión y rivalidad de dos madres , la pérdida de una hija, el encuentro de la misma, la confusión de ésta ante el cambio de hogar, la esperanza de un padre nunca conocido, el tráfico de drogas, la adicción a la mala subsistencia, la dureza de la vida en carretera, la herencia familiar no escogida..., y muchos más temas insinuados y dejados caer como si nada, como quien prepara la comida para el día de mañana.
Falta profundidad, esmero y empeño, brío y energía a la hora de abordar todo lo que plantea, más emoción, vigor y vivencia dramática pues la pasión y entrega exhibida es demasiado tenue, escasa y frágil, de comienzo muy frío y ausente, que sin duda, evoluciona hacia un mayor ímpetu y vehemencia sugerente pero, aún así, se queda pobre, un poco estéril y humilde dado el material con el que se trabaja y todos los puntos debate que pretende abordar; los personajes son un puro cliché, todo un clásico familia adoptiva-biológica, fatídico lastre de la lotería lugareña en que la vida te ha colocado, así como su previsible progreso y resolución, y la deseada rigidez y nerviosismo entre dos madres entregadas que luchan por el amor de su pequeña florece con tal tibieza y mesura que no logra dejar un sólido rastro ni huella de su marcaje emergente, solo sutileza y percepción leve de la gran apuesta que está en juego.
Más ambición, concesión, miras de alcance sobre la meta a alcanzar que no dejen la sensación de historia bonita, aceptable, bien planteada y realizada pero de ejecución liviana con una absorción que apenas logra rozar el paladar ni permite saborear su textura, este pequeño rincón emocional desplegado en plena ruta de carretera no remueve estómagos ni impresiona almas ni caldea corazones.
Visión plácida y cómoda que se aprecia, de guión válido pero no muy matizado ante las grandes opciones que tenía a su alcance y, una intérprete que evoluciona a mejor, sin duda, hasta rematar su inicio lento en explosión anímica perceptible y, muy valorada pero que cae, un poco, en saco roto ante la pobreza infértil y sequedad de su compañera de reparto y, a ambas, honestamente, las barre del mapa Eduard Fernández con sus escasos, pero siempre entregados y agradecidos, 10 minutos de aparición.
Marsella, lugar de encuentro con la figura paterna soñada, de trayectoria ascendente, aunque tráfico moderado, en la vivencia expeditiva de la relación maternal de origen y regalo, viaje de observada ebullición que no logra llegar a su punto culminante de cocción y, en general, un melodrama poco intenso dado lo escrito sobre ella y las expectativas levantadas; buena calidad de los materiales, acertada idea de proyecto pero, poco provecho del resultado obtenido pues la sólida estructura del edificio pretendido se tambalea ante la leve consistencia de la mezcla utilizada, poco arte y destreza escritora para exponer tanto dolor intuido.