El guionista indomable
por Paula Arantzazu RuizLa caza de brujas contra miembros del Partido Comunista promovida por el Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso (HUAC), presidido por Joseph McCarthy, forzó que grandes de Hollywood como Charles Chaplin, John Houston, Joseph Losey o Jules Dassin se exiliaran en Europa en los años siguientes de la Segunda Guerra Mundial. Fueron unos tiempos de sospecha, paranoia y traiciones que jamás se perdonaron. Años después, Orson Welles dijo sobre ese clima de denuncias y acusaciones fraternales que "lo malo de la izquierda americana es que traicionó por salvar sus piscinas", y pocos fueron los que no sucumbieron a la presión por decir nombres de compañeros –célebre es la frase del guionista Ring Lardner Jr. en su declaración ante el Comité al ser preguntado si había pertenecido al Partido Comunista: "Depende de las circunstancias, podría contestar, pero si lo hiciera me odiaría cada mañana"-. Entre los irreductibles, Dalton Trumbo, guionista de Me casé con una bruja (1942), Vacaciones en Roma (1953) o Espartaco (1960), miembro de los llamados Diez de Hollywood, dos puñados de guionistas y directores que no se doblegaron ante el Comité y que por ello sufrieron sendas condenas de cárcel y el ser incluidos en la temida lista negra.
Además de un guionista magnífico, Trumbo fue un tipo de una personalidad arrolladora, por lo que la elección de un actor del carisma de Bryan Carston para interpretarlo es del todo aplaudible. Carston se apodera de sus gestos obstinados y de su sabia resignación con una naturalidad pasmosa, convirtiendo el retrato del protagonista en una recreación entrañable y con poderío. Es la magia del cine y la misión de los biopics, el saber construir la leyenda. Y, todo sea dicho, el guión de John McNamara se lo pone bastante fácil ya que apenas ahonda en las penurias y tristezas que tuvieron que aguantar Trumbo y sus compañeros, a excepción de la carga que sufre Arlen Hird (Louis C.K.), personaje ficticio suma de varios guionistas marcados y arquetipo de aquellos plumillas situados más a la izquierda. Está claro que la fuerza del relato ha pasado por encima de la realidad. Por el contrario, la película de Jay Roach sí nos introduce en la faceta más íntima del guionista y su relación con su mujer Cloe (Diane Lane) y sus hijos Niki (Elle Fannig), Mitzi y Christopher, que ayudaron al protagonista en los años de escritor clandestino para los hermanos Frank y Hymie King (John Goodman y Stephen Root) como emisarios entregando los textos o recepcionistas, contestando a los encargos que aceptaba siempre bajo pseudónimos. De todos los retratados, es quizá el personaje de Hedda Hopper -a cargo de la siempre precisa Helen Mirren- el más escalofriante, dado su papel activo y determinante en la caza de brujas de Hollywood. Es precisamente esa rabia paranoica de Hopper lo que vincula la cinta de Roach con el presente y nos alerta de los peligros de esa histeria por la protección de la seguridad nacional, que merman, en última instancia, el derecho a la privacidad y la libertad de expresión.
A favor: El reparto es magnífico, especialmente Carston y Mirren.
En contra: Que su visión de las penurias del Macarthismo es descafeinada.