"Veneno para esta joven democracia", dramática tierra hostil que no se eleva a notable altura.
Cuando acudes a la justicia para denunciar un asesinato debes ir con datos, fechas, nombre de la víctima, del acusado y descripción del abominable hecho, concreción que suena a ironía cuando se trata de millones de personas asesinadas, maltratadas, vejadas a tutiplén -por no hablar de las perversas cámaras de gas- y parece broma preguntar, a un superviviente de tan agónico y deleznable sufrimiento, que recuerde el apelativo del soldado de las SS que perpetró dichos horrores contra la humanidad cuando sobrevivir a dicho exterminio ya era tarea difícil, ardua y cruel.
A ello le añadimos el paso del tiempo, el relajamiento mental, la comodidad de la incultura y la insensatez de una sociedad cuyo recuerdo se va diluyendo y no quiere volver a escarbar en un pasado lleno de vergüenza y suciedad, ignorancia de una memoria que es mejor relegar al cajón del olvido para continuar con un presente que no habla, ni comparte, ni comenta lo que hizo antes-de-ayer, martirizados heridos que deben conformarse, malhechores premiados que continuan con su vida como si nada, jóvenes a los que ni se les cuenta lo que ocurrió en la familia alemana y la delincuencia, abrumadora y alarmante, de quien sigue con su natural rutina, sin saber, al lado de quien padece y maldice sabiendo, conocimiento que se maquilla y desdobla a gusto de los que gana pues "los vencedores escriben la historia, es el precio de perder la guerra" y, hay mucho ganador detestable que disfruta dichoso de la existencia en Argentina, que reparte, con dulzura y amabilidad, el pan a los inconscientes vecinos o que enseña a los niños con confianza de quien se siente a salvo ya que cuenta con el permiso oculto de unas instituciones y funcionariado llenos de camuflados culpables que miran hacia otro lado cuando ven el rastro de las heridas espeluznantes, de la sangre no desaparecida y del execrable polvo dejado por su huella, por su ejectudora mano, por tanta inmundicia sádica que todavía habita entre ellos, por esa maloliente osadía que se acepta, que enrabia y produce arcadas ante la felicidad inmunda y repelente de quien sonríe mientras, todavía, miles de almas lloran.
La estructura argumental es clara y sencilla, honesto el objetivo aludido, denunciar y traer a la actualidad el horror y espanto de su historia nazi a una sociedad que prefiere soñar y existir en rosa pastel y azul celeste, edulcorar la amargura, el desprecio y camuflar la justicia molesta que interrumpe una falsedad ordinaria que presume de ser sana y de convivir, con armonía y entendimiento, con un pretérito resuelto, generalización de la que se aprovecha una jurisprudencia para construir su propio laberinto engorroso, de conspiración en silencio, donde acallar y encubrir toda su malvada ruindad y despojo y que no importune ni altere la construcción de esa rutina diaria que no pregunta, no cuestiona ni desea implicarse, que demanda detalles pormenores con impertinencia y grosería para mover ficha, que pone trabas y dificultades a quien ose alterar la paz prefabricada y que insulta y ofende, con su menosprecio e indiferencia, hacia quien merece amor, honor y respeto.
Un fiscal joven, ingenuo e inmaduro, aún no corrupto por el poder, la ambición y el desencanto del paso del tiempo, que por casualidad y obligación ética de hacer bien su trabajo se topa con un inofensivo caso que es la punta de un iceberg, cuyo hilo irá tirando de una madeja cada vez más grande y enorme, todo ello realizado con austeridad, mesura, sin gran motivación ni empeño en su visión y resultado, un sobrio y comedido andar cuya importancia reside en la narración de los acontecimientos, en el destape de la cuota de silencio, en poner voz a los silenciados y que se oigan y atiendan sus reclamaciones, reinvidicación que no incide en lo sentimental, que trata con disciplina la emoción, que sabe narrar pero no crear espíritu, buscar pero no alentar compromiso, que expone sin garra, ni pasión o excitación que te integre en la historia, rigidez informativa que atiende a los hechos/deja huérfana a su esencia, sensaciones que no cogen tono, ni elevan la temperatura y que dejan desvalido a un corazón que quiere latir pero no puede, que quiere brivar pero no se lo permiten, que quiere involucrarse y sentir pero no le dan la opción a ello, que accede a mínimos de calidad que cubre, justa y finamente, lo demandado pero sin consumir ni divisar esa intensidad máxima, desbordante y aniquiladora, que se relega en favor de la simple modestia, pulcritud y corrección de las formas.
Levedad que se acoge sin demasiado reproche pues, lo importante es el mensaje, la evidencia, heroicidad de los supervivientes aunque, dicha hazaña se muestre sin mucho arte, ni perspicacia, ni intuición, orden de riguroso método para un uniforme recatado, nítido en su confección que aporta una lectura sencilla, cordial y exigua que se adecua a su filosofía de informar, reportar sin encandilar ni entusiasmar a la audiencia.
Un básico y relajado observar como transcurre la batalla, llega la victoria y se rememora una historia que es importante no olvidar.
Cómoda, accesible, oferta poco absorbente que no penetra en sus entrañas ni alcanza sabor encomiable, manejable, digestiva, válida para todas las sensibilidades.