La artesanía de Pixar
por Xavi Sánchez PonsPixar nos tiene tan bien acostumbrados a la excelencia, que cuando entregan una película menor parece un pequeño drama. Habría debate sobre cuáles son esas obras menos brillantes –seguro que más de uno reivindicaría alguna de ellas como perlas a redescubrir. Sin ir más lejos, aprovecho esta crítica para romper una nueva lanza en favor de esa maravilla que es El viaje de Arlo-; filmes, eso sí, siempre interesantes y lejanos del resbalón absoluto. Ahora bien, donde sí nos pondríamos todos de acuerdo con facilidad es a la hora de calificar la saga Cars como el producto más artesano y clásico de la productora; ideado sobre todo para los niños. Y ojo, eso no es algo peyorativo, los más pequeños de la casa poseen un paladar fino en esto de la animación. Vamos, que no tienen un pelo de tontos; saben cuándo les están dando gato por liebre. Cars 3 tiene algo de operación pura de marketing –la saga iniciada en 2006 genera unos dividendos en taquillas y unas ventas de merchandising astronómicos-, pero cumple como entretenimiento con sustancia y mensaje inspirador. Tiene alma más allá de ser una máquina de generar dinero.
El filme dirigido por Brian Fee se mira en el espejo de la saga Rocky (uno de los nuevos personajes-coches de carreras que aparece se llama Cal Weathers, guiño directo al actor encargado de poner cara a Apollo Creed), y traza una analogía automovilística con eso del boxeador estrella (en el que caso que nos ocupa Rayo Mcqueen) vencido por un púgil joven y amigo de las nuevas tecnologías de entreno (si están pensando en un trasunto soft de Ivan Drago, no van desencaminados). Lo bueno aquí de este argumento manido, es que Cars 3 ofrece un giro en sus últimos diez minutos que es capaz de aportar su granito de arena al subgénero de héroes deportivos caídos en desgracia. Y ese es su principal atractivo: la alegoría que lanza sobre el hecho de dar un paso al lado de forma generosa, para dejar pasar a los nuevos talentos.
La tercera entrega de la saga aboga, sin resultar panfletaria, por el altruismo y la solidaridad entre compañeros, por el valor que aún tiene lo analógico y lo antiguo –lo hace sin resultar rancia-, y por esa moraleja molona que tan bien sabe transmitir Pixar en casi todas sus películas: que nada ni nadie te diga lo que no puedes hacer o ser en esta vida, sea cual sea tu origen o condición.
A favor: su elegante mensaje y sus guiños a la saga de Rocky.
En contra: no desvela sus cartas hasta el final y eso puede despistar a los espectadores impacientes.