Yo quiero tener un millón de amigos
por Suso AiraTras Canino y Alps, films que a su manera (tan hermética como calculadamente transgresora y perturbadora) nos volvía a demostrar que el absurdo literario y teatral de Eugène Ionesco o de Samuel Becket es el mejor modelo para hacer saltar por los aires las convenciones sociales, la sociedad misma. Este par de bromazos griegos calaron fondo con unos escenarios minimalistas donde los clowns son siempre tristes o cenutrios, donde jamás una carcajada es signo de alegría y donde la gélida repetición representacional de comportamientos y fórmulas preestablecidas familiares o sociales era la espoleta de un artefacto explosivo. ¿Qué se podía esperar de la aventura americana y aparentemente mainstream de su director? ¿Una domesticación o un hacer lo mismo que en su díptico sobre el fin de Europa y del mundo conocido pero de una manera menos atravesada, más como de sí, esto es raruno, pero no os preocupéis, que es una comedia? No creo que haya sucedido eso con Langosta, por mucho actor conocido y habitual de las grandes producciones taquilleras que esté al frente del reparto.
Eso sí, reconozco, pero es algo que ya aprecié tanto en la destroyer Canino como en la más juguetona y auto sacramental Alps, que existe un poso absolutamente palomitero en este cine, el cual no deja de ser tan surrealista y activista como el humor de Buster Keaton, los hermanos Marx, Chaplin o los ZAZ de Aterriza como puedas. No por casualidad, tanto los surrealistas como los padres del teatro del absurdo (incluso los más radicales del movimiento Pánico) admiraban y ensalzaban a esos humoristas del cinematógrafo silente y hablado. Langosta es hija de esa mirada entre inocente y desestabilizadora del chiste en apariencia cotidiano e inofensivo. Restaurantes, casas, mesas, comidas, parques, oficinas, casas… Pequeños escenarios en los que salen a representar, en pareja, esas poesías y miserias tan naïve. Como si se tratara de una actuación a base de escritura automática, el film es cierto que tiene una especie de hálito buenrrolista e incluso optimista.
Ojo con él: es como ese cuñado (griego) que parece ser buena persona, tierno, inofensivo… y que te va destrozar la vida, te la va a cambiar. Exactamente como la cambia Langosta, quintacolumnista bomba nihilista, dentro de ese cine internacionalmente de altos vuelos.
A favor: funciona como un virus destructor.
En contra: podría discutir su selección musical.