“Buenos días, Londres”, ¡cuidado que llegan los yanquis!
Si ¡mira el éxito que tuvimos con la primera!, ¿hacemos una segunda?, el escocés está disponible. Vale, es taquilla fácil, sea la que sea, pero cambiamos Washington por capital de Inglaterra, que son aliados y hablan el mismo idioma aunque, a veces, muy bien ¡no se les entienda!
Y allá que se lanza Gerard Butler, con su previo paso por gimnasio para poner en forma a los músculos previstos - ¡que es agente del servicio secreto!- a este planteamiento robot que, según ficha, ha necesitado de muchas cabezas pensantes para ser redactado, cuando todo lo que se solicita es una acción entusiasta, de ritmo vertiginoso, con una decente trama y algo de estilo inspirador para que ésta no resulte aburrida, repetitiva y desnutrida por lo ínfimo ofertado.
Aunque, tampoco ¡tan bestia y exagerada que se les fuera de las manos! Un termino medio ¿no?
Además, todo el rato con ese impoluto traje, de anclaje perfecto, que no se estropea ¡ni un segundo!, que está ¡en el anuncio de Emilio Tucci! Bueno si, un poquito se ensucia, que incluso a Mike Hammer se le caía el sombrero de vez en cuando, ¡muy, muy a la larga!
“Todo el mundo comete errores”, sin duda alguna, ejemplo de ello es este tour urbano, por la capital del Reino Unido, intentando recrear un nerviosismo, inquietud y adrenalina fallida pues, olvida que su predecesora sólo necesitó un edificio, esa blanca casa como objetivo ¡y punto! Y es que, en ocasiones, la sencillez es un don de enorme aprecio.
“La venganza siempre tiene que ser profunda y absoluta”, y parece haber dado en la clave pues, lo confirma ese estado neutro y apagado de la concurrencia al final de la estruenda, pero hueca, carrera de tiros y persecuciones que apenas motivan o transmiten nada; es “el sonido de lo inevitable”, esa manifestación evidente de una escasa ilusión y pobre apetencia por un argumento de pocas opciones a la hora de agradar, intimar o revolucionar a un espectador que se indigna ante la garrafal bajeza de ideas, para elaborar un relato de acción valedera y digno de ser visto y recordado.
Más que un largometraje ¡parece un videojuego exhibido en gran pantalla!, que ni siquiera posee la facultad grata que estos otorgan; distracción relajante para evadir los problemas, no pensar en nada y salir nuevo de esa ducha de actividad energética que recibe un cerebro atento a cada acto, avance y estratagema para seguir vivos en la partida.
Pero, aquí los hilos los maneja un guión vacío cuya dirección pone mucho énfasis, de escaso provecho, en las volteretas, las bromas dialécticas, las explosiones por doquier y en sacarse motorista a la caza de dónde sea, no importa cómo, pues es la era de internet, de los drones, los satélites y las globales comunicaciones, más un triste planteamiento de quién es el culpable, ese traidor infiltrado a escala superior que lo facilita todo, sin darse cuenta de que ¡podrían haber tirado una moneda al aire!, para ver a quién le toca el marrón de ser el topo porque, al vidente, como que le da lo mismo.
Entretenimiento distendido y facilón, es el objetivo de las películas de acción pero, hay categorías según su efectividad y eficiencia, más cuando existe una sabrosa antecesora que marca el nivel mínimo que, por anticipado, ya se espera de ésta; claro queda que la presente no llega -ello a pesar de que la trampa inicial está bien pensada pero, ¡se les va tan rápidamente la olla!- y que se queda a tanta distancia, en kilómetros reales o calidad cinematográfica, como la que hay entre Washington y Londres; sencilla la comparanza/brutal el resultado que se obtiene de la misma.
Heroicidad en los actos, perspicacia de mente, socarronería de palabra, gracia de estilo, diversión y pasatiempo a cada paso y unánime tensión entre tanto, que se aplaca con ese reír insolente de las situaciones peligrosas que desbordan cualquier argucia pensada, inventiva e inteligencia para superar todos los baches y poder ser, por fin, ese héroe que sonríe ampliamente, lleno de sangre y moratones, por ese trabajo bien hecho; pero, este solitario ha bajado de categoría por la ineptitud, en cuanto a ocurrencias, de los responsables sobre el trazado que debía recorrer en su desbordado trayecto.
Jugar al ratón y al gato, sin más, ¡genial, se espera y acepta, John McClane y su espléndida locura lo llevaban a la perfección suprema, en ese rascacielos de tortuosos cristales -y eso ¡que sólo era un poli de Nueva York!- pero, lo que empieza óptimamente, debe seguir la misma estela y no estrellarse contra un tendencioso correr, conducir, disparar, decir una estupidez, volver a empezar..., tan ecuánime y neutro que, si cesa tan atontada rueda de girar por rellenar minutos, apenas te despierta de tu parsimonia.
Carente respecto lo ofrecido en tierra norteamericana, falta en cuanto a soltura y perspectiva sobre qué hacer en tierra inglesa, menor en cuanto a cinta perteneciente al género de la acción; aprueba, sin duda, pero el thriller de la primera tenía más pasión y enganche, puede que por ser aquella una primera cita a ciegas, aquí es segunda y con pre aviso de antemano.
Por cierto, al entierro no acude ningún ministro español, ¡tan poco valemos!, ¡ni para matarnos como extra!, ¡pero si hasta hay un canadiense!
Lo mejor; vas a ver tiros, carreras y acción.
Lo peor, el menú guión que une a éstos comensales.
Nota 5,2