Los miedos sugestionan, ciegan y confunden, comen y se alimentan de nuestra debilidad y duda; este juego de verdadero o falso no, con facilidad se olvida.
¡Hay Amenabar!, tan gran campaña publicitaria para una historia regular, pobre en esencia, ausente en complicidad y fusión para con el espectador.
¿Por qué?, porque está correctamente rodada, dirigida con esmero, meticulosidad de escenas, perfección de encuadre, mimo detallista de sobrado aprecio pero, ¡Alejandro!, no se siente el corazón de la historia, el diablo no perturba el alma, no hay intriga, ni inquietud ni curiosidad por su misterio, sólo una locura regresiva que invita a una peligrosa sugestión que no alcanza para gran incógnita o tormento, pausada lentitud de andadura, cuidada con gracia y progreso que no llega a los altares de la iglesia, se queda en nimio espectáculo que no abarca para envolver ni motivar al oyente.
“Eso es lo que da más miedo, que nos lo creímos”, tras cinco años de espera, tu recepción era ansiosa, anhelo por indagar y saborear tu esfuerzo y trabajo pero, ¡has vuelto a la audiencia agnóstica!, ¡ésta desea creer pero no puede!, querencia que se evapora conforme pasan los minutos y el avance no es tan fructífero ni instructivo como se esperaba, para una crónica de ilusionado inicio, acoplado final pero ¡desganado centro!
“El diablo hará todo lo que pueda para hacernos olvidar que existe”, sólo que aquí parece más bien un cuento infantil que otra cosa, nunca llegas a participar del teatro ni te subes a su noria obsesiva, relajada observas a un entregado Ethan Hawke, moverse con disciplina y talento, haciéndole un gran favor al director español al actuar en su cinta, pues otorga una consistencia y deseo de veracidad -que nunca se confirma, pues es artificiosa- que de otra manera, sin él, no tendría ni comienzo ni cuestionada interrogación.
Porque la dirección es magnífica, pero el guión queda lejos de tal altivo adjetivo, y no porque no esté desarrollada con acierto, delicadeza y creencia en sus embaucadores opciones, sino porque, aún con ese logro de escritura, análisis y presentación, ésta no cautiva, ni impresiona ni logra abrir apetito; “la mente es todo un universo” y es evidente que eclipsó e ilusionó al capitán de este navío, su entrega, investigación y minuciosidad son claras y obvias pero, de nada sirven para un cortejo que no seduce ni enamora.
“¡No soy uno de vosotros!” grita el protagonista, sumido en su pesadilla ensoñada o en su realidad tormentosa, evidencias que toman vida, lógicas hipótesis que cobran sentido, todo bien preparado/mejor ejecutado pero, sigues cómoda, poco integrada, apenas motivada por la búsqueda, por el supuesto mal y su víctima.
La fiesta terminó, ya no hay más circo, los integrantes se disolvieron cada uno a lo suyo, “..., la próxima vez que oiga la voz de Dios ¡no nos llame!”, me parece bien pues, esta llamada ¡ni siendo de Satanás! alcanza grandes decibelios; magistral en sus componentes resulta modosa, tenue y comedida en su efecto, suave decepción, que no llega a mayor profundidad por la simpatía y bonanza que se siente hacia el referido patrón chileno-español, pero que, con honestidad de quien oye su voz interna -sin sugestiones ni regresión-, tiene que admitir que la tensión se quedó en su mente, la inspiración en las hojas de su relato, la histeria colectiva en su imaginación; en nosotros, la audencia, poco quedó, y lo poco, sin excesivo sabor.
El espectador aprecia la labor de conjunto, su oscuridad ambiental y su envolvente clima pero ¡ahí quedas!, sin suspense ni estímulo ante la corrección de un filme insulso, que resulta sintético e indiferente, cuento de viejas para noche donde, repentinamente se va la luz, y quedas a la espera nerviosa de ese relato espeluznante que te haga gritar de miedo; sólo que, no hay nervio, no hay grito, no hay escalofrío ni susto ni preocupación, hay entretenimiento ligero, pasajero que no penetra, que no cala.
Evita, con pesar y disgusto, alterar tu tranquilidad o molestar tu descanso; respetada la realización, su consumo es deficiente.