Esta no es otra película de superhéroes
por Alejandro G.CalvoExcitación pubescente al margen, lo cierto es que tanto X-Men orígenes: Lobezno (2009) como Lobezno inmortal (2013) fueron dos tiros al palo de cuidado. Vaya, que sin ser cien por cien desdeñables, lo cierto es que forman parte de ese arco del cine superheroico donde uno tiende a desconectar a la cuarta patada voladora o a la tercera explosión de un coche. No engañamos a nadie: si el entertainment no entretiene, es que algo está fallando gravemente.
James Mangold, que ya firmó Lobezno inmortal –y eso que, cada vez más, dentro del blockbuster con superhéroes la autoría de los realizadores va en desmedro, a la par que crece el poder de los ejecutivos del estudio-, es un director que siempre tira de oficio y cuya filmografía es un serpenteante camino entre llanos –Inocencia interrumpida (1999), Noche y día (2010)- y picos –Copland (1997), El tren de las 3:10 (2007)- donde van ganando las de perder y sin dejar ninguna huella reconocible por el camino. Curiosamente, sus mejores títulos tienen aroma de western, quizás por eso Logan sea la película que más acabe brillando en su portfolio (o, al menos, empatada con Copland, que sí me parece importante), porque más que una película de superhéroes la que parece la última aventura de Lobezno en la gran pantalla tiene el corte crepuscular que uno podría encontrar en alguna de las mejores obras de Clint Eastwood: Sin perdón (1993), Un mundo perfecto (1993) o, incluso, Gran Torino (2008). No me he vuelto loco, Logan, por mucho que me guste y valore, está lejos del acabado cualitativo de las películas de Eastwood, pero sí que existe en ella esa fatalidad existencial y esos personajes más muertos que vivos que pueblan la obra del firmante de El aventurero de la medianoche (1982).
Los fans de las grapas superheroicas estarán de acuerdo conmigo en que uno de los mejores cómics del Marvel contemporáneo fue, precisamente, “El viejo Logan” (2008), donde el escritor Mark Millar y el dibujante Steve McNiven planteaban un futuro post-apocalíptico donde, prácticamente, todos los héroes (Vengadores y Patrulla X) habían fallecido tras la unión de los supervillanos. El grito de “no más mutantes” que llevaba resonando desde principio de los años 80, ya era una realidad. Únicamente Lobezno seguía vivo, aunque con las garras enfundadas y criando cerdos en una miserable granja junto a su mujer y sus hijos. Logan rima con ese arranque. El futuro inmediato en el que se desarrolla la acción es más distópico que apocalíptico, en especial si habías sido un X-Men. Ya solamente quedan tres: un Lobezno cuya capacidad de regeneración anda mellada (con el consiguiente envenenamiento del cuerpo fruto del adamantium que le envuelve los huesos) y trabaja como conductor de limusinas, un Charles Xavier nonagenario encerrado en un búnker y víctima de una enfermedad degenerativa del cerebro y, finalmente, Caliban, un ex villano albino con poderes de brújula con piernas que ahora hace de enfermero del Profesor X. La trama de la película arranca cuando se descubre una nueva mutante, la primera en treinta años, una chica joven cuyo nombre clave es X-23 y que, básicamente, es una mini-Lobezno, garras de adamantium inclusive.
Por eso esta película de superhéroes no parece una película de superhéroes. Sino más un bien film de base “americana”, un relato familiar –abuelo, padre e hija huyendo a través de áridas carreteras- donde lo importante es la construcción de los lazos internos que van atando a los protagonistas. Lo que les rodea es un pandemónium: una serie de ciborgs (u hombres mejorados con gadgets cibertrónicos (me acabo de inventar esta palabra)) que buscan aniquilarlos y que da pie a todo un festín de cabezas cortadas, miembros amputados y bocadillos de garras de adamantium que acaban por convertir la película en el ente más violento del género que yo haya visto antes (y creo que he visto casi todo). Pero eso es solo el chipotle que le da gracia al asunto. Lo realmente importante de Logan es el fondo dramático que le imponen sus cuatro guionistas (entre ellos, el propio Mangold), capaces de tomar decisiones argumentales impropias en un film lúdico (lo que es brutalmente positivo): esta es una historia de pérdidas y renacimientos. Una obra que no tiene miedo del futuro porque sabe que lo único que cuenta es el ahora. Y que más vale quemar todas las naves para así lograr un film de órdago que perderse en mitomanías de un futuro cada vez más improbable.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Por ejemplo, como se seduce al fandom para desequilibrar elementos de la trama –los cómics de los X-Men que aparecen en la obra son una buena pista-. O como se teje esa relación paternofilial entre Xavier y Logan, donde el hijo debe de cuidar del padre, cuando toda la vida ha sido al contrario. O como en su último cuarto la película cobra luz al adentrarse en un mundo peterpanesco del que no puedo dar más detalles bajo riesgo de linchamiento en las redes sociales que dominan nuestro día a día.
A favor: X-23, nuestra nueva Hit-Girl
En contra: Se va de metraje, como casi todas las películas