Un director que se atreve con una película de sólo dos personajes en continua conversación, sin fondo ambiental de distracción ni nada que te despiste de tu atención sobre ellos debe ser consciente de la potencia, maduración y atractivo de ese texto, debe cuidar y trabajar el guión para que de forma progresiva y ascendente en su intensidad atrape, poco a poco, al espectador y que éste no divague hasta perderse en sus propios pensamientos por carencia y aburrimiento de la dialéctica ofrecida por los protagonistas.
Pues bien, ¿adivina cuál es el efecto que provoca Polo Menárguez con su inerte, estático, fulminante filme? ¡Exacto!, vacío, la nada, ausencia, desapego, vasta inmensidad de desinterés, anulación de cualquier posible enganche, pérdida auditiva, cognitiva y de todo tipo del público que ha tenido la osadía de escoger su cinta como distracción para ese momento de esparcimiento, arrepentimiento de su elección y anhelo por aquellas cintas que pudo escoger pero relegó en favor de este muermo, etc, etc, etc
Porque, es la triste verdad de un sentimiento lamentable después de la meditación sobre si darle una oportunidad o no a esta charla de amigos entre "don pepito" y "don josé" que no hacen otra cosa que fumar, beber y volver a fumar, que recorren un camino que transcurre del "¡te quiero la hostia, tío!" a "!eres un cabrón, hijo de puta, joder!", que no aporta aliciente o síntoma alguno que se le aproxime porque Polo Menárguez -¡qué sorpresa!-, encargado del manuscrito, de plasmar en letra escrita las ideas del responsable de esta rancia soledad perceptiva -¡él, él y otra vez él!-, no supo o pudo por falta de talento e inventiva personal, convertirlo en apetencia real de resultado fructifero o porque, la verdad, no había material de fondo consistente con el que trabajar.
Y me decanto por lo segundo porque, visto lo visto -y cuesta mantener la atención-, parece un experimento improvisado de coger la cámara y poner a dos amiguetes delante a ver qué sale, a ver qué se nos ocurre, muy respetable por otro lado pero, esta juerga banal-pobre-torpe-sin sentido-ni pasión-ni garra-ni interés-ni nada de nada de nada más que fumar, beber, pasar el tiempo muerto ahogando al vidente cuyo hastío alcanza el límite récord para volver a fumar, fumar y fumar, sólo posee diez últimos minutos donde aparece una esperanza de cambio y mínima motivación por un sugerente y único intercambio válido que pronto se apaga y desvanece para tropezar de nuevo en la misma fatídica e inútil piedra que ha arrastrado durante toda su realización.
Película española de dos amigos de toda la vida que se reúnen para recordar viejos tiempos, sinopsis que llevada a la práctica merece un notable por parte de los expertos -sigo preguntándome dónde vieron tan alta nota-, que juegan a ser trascendentes y profundos en la evolución de una amistad cansada que agota, a intentar reflejar una intimidad que no necesita de grandes gestos o marcadas palabras sino que, vive de una comunicación presencial de cómodos silencios que no sabe confeccionar, ni transmitir y que no reconforta, ni caldea, ni seduce o sugestiona por ineptitud, falta de gracia y acierto en lo que fuera que tuvieran pensado ¡originariamente!
No la recomiendo a menos que quieras interpretar esa nada como decirlo todo sin necesidad de decir nada; yo, como expresó sabiamente uno de ellos durante el martirio de excursión "...cariño, es que, realmente, aquí no hay ¡nada!"