"Annabelle se encuentra ahora en una urna de vidrio dentro del cuarto de artefactos de Ed y Lorraine Warren. Es bendecida por un padre dos veces al mes. ¡Cuidado!, definitivamente no abrir"; referencia a la película que le sirve de alimento para su nacimiento y que advierte de los peligros de desobedecer dicho consejo que, por supuesto, ya hemos comprobado en su anterior -visión- posterior -historia- ¿no?
"Desde el principio de la civilización las muñecas han sido amadas por los niños, apreciadas por los coleccionistas y usadas en rituales religiosos como conductores del bien y del mal"; introducción a las mieles del miedo, el horror y un más allá sediento de almas que capturar.
"Búscábamos una de éstas en todas partes, no podíamos encontrar una...Se supone es de colección, por eso el precio es más alto que el resto..., ¿se la va a llevar?..., Si por favor"; conversación excusa para la posible siguiente entrega.
"La amenaza del mal está siempre presente, podemos contenerla siempre y cuando nos mantengamos vigilantes pero nunca puede ser realmente destruido" consigna de Larroine Warren como sentencia final de consuelo que se supone debe coronar todo el mal presenciado, todo el terror sufrido, toda la angustia padecida.
Y las pongo, todas ellas, en orden inverso y alterno al igual que un relato donde la muñeca diabólica -y me duele la referencia a Chucky porque no está a la altura de la comparativa- aparece primero en su casa de destino para retroceder y contarnos una historia de su andadura previa, lo cual está muy de moda en los últimos tiempos, todo ello dentro de un corte clásico que, aunque no molesta e incluso resulta gratificante, no alcanza las cuotas de expectación deseadas pues el matrimonio conductor resulta insustancial e insipido, la historia leve amén de consabida, los breves puntos álgidos escasos e insuficientes, la estética cuidada y conseguida pero de contenido nimio y efecto poco contundente.
Se agradece la calidez del formato, la relajación de las formas, la suavidad de sus andares, la relajación de su bienvenida y prólogo introductorio sólo que esa pasividad y lentitud, esa sosez y parsimonia deberían revelarse y transformarse, en el momento oportuno, en vigor-impulso-fuerza-pavor-adrenalina-emoción-susto, susto, mucho susto que te levantara de la butaca y te hiciera mirar debajo de ella por si se había escondido allí la indeseada protagonista.
En lugar de ello miras sin vibrar, observas sin padecer, la continuas sin pasión y la finalizas con un regusto a poco resultado obtenido, a nimiedad lo logrado que te preguntas si esta explicación de su posterior ser tenía motivación y razón de existencia aparte de la taquilla.
Muchas intenciones, propósitos a mansalva, continuas alegaciones al más allá, el diablo, espíritus malignos pero total ausencia efectiva de su apenas perceptiva presencia, negado don no saber provocar miedo en el espectador y pretender realizar una película de terror.
"Los discípulos del carnero" no aportan tensión ni éxtasis ni pavor, sólo frialdad, modestia, lentitud sin ansia, serenidad y calma no deseada pues ésta no es elevada a furor escalofriante de sensaciones espeluznantes y perplejas.
Lo que se echa de menos realmente es un exorcismo pero, no para expulsar al diablo sino ¡para reclamar su presencia!