Un viva-la-vida a quien se le fastidia el viva y tiene que afrontar la vida.
"Yo no quiero volver a mi casa", en cualquier lugar antes que el infierno discursivo de hogar en el que vivo, peleas, discusiones e incesante mal rollo, y yo en medio, harto y perdido porque ambos son mis padres, a los dos quiero y no puedo elegir ni decantarme a favor de ninguno, de modo que, mejor me largo y busco mi camino.
Accedentada y pedregosa adolescencia con la que lidiar donde, a falta de familia unida y protectora, se busca refugio acogedor donde sea, en la dureza de la calle cuya lección marca y deja huella, supervivencia extrema de cogerse a lo que venga, de aceptar lo que aparezca e inventarse lo que no esté al alcance, sagaz pillería de quien tiene empuje, sonrisa y labia para lograr premio, picaresca de quien encuentra recurso de subsistencia para vivir una aventura de golfillo avispado que narrar a los nietos en la vejez o relatar, en el presente, a las tías para camerlarlas y que algo caiga.
Porque, para este verano, no tan azul -aquella pandilla veraniega, que se lanzaba a las calles, era más virginal e inocente- se nos presenta el quijotesco imitador de el vaquilla, que tiene problemas parentales de comunicación nula, pocas ganas de estudiar y muchas de mentir y buscarse el papeo, con su más fiel escudero, un calcadito Sancho Panza; dueto entretenido, que no cautivador ni fascinante, que se lanzan a la aventura, por la vís rápida y efectiva, disponible ¡ya!, del hurto a pequeña escala para pasar a delito mayor cuando se de el caso, y todo a cambio de nada pues parece fácil, al abasto de la mano, sin consecuencias que lamentar, rutina de ese nuevo costumbrismo por el que los chavales, reforzados por la excusa de la marginalidad, no afrontan los problemas, prefieren atajar y directamente ser millonarios dentro de esa fantasía de montaje que llevan en la cabeza pues, no hay otra forma de esquivar la cutre realidad.
Daniel Guzmán escribe, produce y dirige, se implica durante años, en la configuración final de un relato callejero, de la vida, común entre esa juventud anexa a la ciudadanía media que no les llega, diálogos veraces, de ras de suelo, de ese lenguaje conocido que se absorbe con conocimiento sabido, como dos colegas de clase que hacen peña y luego fardan de sus correrías, el público de la clase les sigue con interés y curiosidad de la siguiente torpeza y tontería a realizar, pasos desmadrados que intercalan en viviendas y lugares varios, huyendo de la propia, para acabar en peor muestra.
La rebeldía generacional proveniente de conflictos domésticos, de falta de apoyo, comprensión y cariño expuesto de forma humana, cercana y empírica aunque sin insistir en los temas propuestos, superficialidad de visita que expone pero no incide, deja concisos planos de montaje acertado y muy logrado, realismo argumental, empatía visual y magnífica elección de los intérpretes pero no supera el estandarte tópico de un relato sobre adolescentes metidos a delincuentes, por aburrimiento y queja de unos padres divorciados, que disputan sin parar, y colocan al hijo en la encrucijada de optar por uno u otro.
Buenas intenciones, agradecida acogida por su esforzada voluntad, simpática y cordial, se deja ver con la frescura de sus lozanos movimientos pero se echa en falta más contundencia, atrevimiento y firmeza, una circulación más arriesgada y potente y no un simple viaje, corriente, cómodo, que no ofrece nada nuevo.
"Yo, soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, porque nadie me ha tratado con amor, porque nadie me ha querido nunca oír", Jeanette era cándida y suave, Darío es más chulesco y osado, misma pena y sufrimiento, queja protesta que no explota todos sus recursos, posee convicción, que no enérgica andadura y contundente resolución.
Válida experiencia para primer trabajo de este novato, talentoso en la dirección y escritura, a la espera de frutos venideros cuando coja recorrido, destreza y veteranía; a cambio, el respeto y aplauso del público, que nada, precisamente ¡no es!