"El que olvida su historia está condenado a repetirla", y aquí, esta historia no es nueva, ni original, ni grandiosa, es puro tópico de "Vente a Alemania, Pepe" pero tiene la habilidad de la modestia, del encanto y la lindeza, de dejarse sentir con facilidad sabrosa y dejar recuerdo apetecible con placer y delicia, cariño y gratitud pues su huella y estela provocan los efectos deseados, sonrisa relajada, muecas alegres y más de una risa inesperada pero recibida con entusiasmo y gusto; observada con sencillez y armonía destaca por ser cotidiana, corriente, de los nuestros y ser, agradecidamente, lo que esperas, fortuna de un humor sincero y natural, nada forzado ni exagerado que funciona con cordialidad instantánea gracias a sus personajes cómicos que sustentan el menor redondeo de la pareja romántica más, un veterano abuelo -protagonista espléndido en la referencia mencionada- que los respalda de forma magnífica.
Guión fresco y ligero que alcanza su nivel rápidamente para mantener, sus constantes vitales, a buen ritmo durante todo el trayecto, diálogos medios e insignificantes, de gags y bromas conseguidas sin alarde, que provocan la gracia y alegría con avidez y soltura, escenas cliché de argumento prototipo, no importa, pues distrae, divierte y entretiene con firmeza y resolución y, un elenco de actores -encabezado por el brillante Julián López quien, sin ruido, despacio y con mucho mérito, va logrando hacerse un sitio respetado en nuestro cine, apoyado por Miki Esparbé, necesario lelo intermediario entre el drama y la comicidad y, rematado por un, siempre increíble, José Sacristán que ya lo tiene todo demostrado-, que forman una famiia avenida, acorde y estupenda, que sabe captar al espectador y conseguir su afecto y aplauso, aprobación y disfrute, fácil simpatía que se concede con voluntad y nada de esfuerzo.
"La generación perdida..., generación que iba a vivir mejor que sus padres y a acabado peor que sus abuelos", donde se repite que "...emigrar y engañar a la familia viene a ser lo mismo", pero cuya máxima intenta ser "...vive la vida que quieras, no la que puedas", todo ello envuelto con papel de antaño, de un himno no oficial, recitado por la, nunca olvidada para amantes de tiempos lejanos, Cecilia, memoria de una querida España, esa España mía, esa España nuestra, a quien despierta versos de poeta de su santa siesta buscando sus ojos, sus manos, su cabeza para, eternamente, seguir siendo mi querida España, esa España mía, esa España nuestra cuyo centro y eje, siempre será, el revivir un espíritu añejo de identidad y cultura que parece nos hechiza y acompaña allá donde vamos.
Aquí, no caben medias tintas, o Nacho G. Velilla consigue endulzar tu espíritu, calmar tu reprobación y reposar a una razón que sabe la necedad tópica que está observando pero no puede evitar la carcajada y comodidad de su goce o, tomas el camino de la rigidez severa y la condenas por floja, vulgar y boba; la determinante pregunta, a tan simple incógnita, es..., ¿te has reído o preguntado de que se reían los demás?
Perdiendo el norte..., aunque lo intenta, no da para tanto pero sí lo suficiente para acomodarse, pasar un buen rato, salir contento y grato, tiempo muerto bien empleado de donde sales más complacido que cuando entraste y, donde se confirma que lo mejor de su herencia es hablar bien de ella a conocidos y amigos pues, es el fidedigno boca a boca, su mejor aliado y veredicto.