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    Una segunda oportunidad
    Críticas
    2,0
    Pasable
    Una segunda oportunidad

    Las tribulaciones de un bebé

    por Carlos Losilla

    Cuando un cineasta no sabe qué filmar, puede que nos diga que está intentando investigar en las fronteras que separan el bien del mal. Pero no todo el mundo es Hitchcock, ni Orson Welles, ni David Fincher, y por lo general esas intenciones se quedan en guiones confusos de los que a su vez surgen películas aún más embrolladas. No es el caso de Una segunda oportunidad, la película que nos ocupa, pues la directora danesa Susanne Bier sabe muy bien lo que hace: a partir de un guión elaborado sobre infinidad de trucos y malas artes, Bier construye una película truculenta, que ofrece imágenes en absoluta contradicción con las ideas que nos quiere transmitir.

    (SPOILER) Es decir, mientras la película parece contar la historia de un policía que pierde los estribos cuando muere su bebé y decide robar al hijo del psicópata al que persigue para darle una vida mejor (FIN DEL SPOILER), en realidad nos está ofreciendo una serie de viñetas macabras donde la verosimilitud brilla por su ausencia y la elegancia ni siquiera comparece. Entiéndanme, no estoy diciendo que toda película deba ser pulida y correcta, nada más lejos de mi intención. Solo que, si un director o directora quiere adentrarse en el lado oscuro, debe hacerlo sin trampa ni cartón, consiguiendo que lo macabro se desprenda espontáneamente de las imágenes, y no forzando a estas para que sean obligatoriamente macabras.

    En efecto, cuando Bier pretende hacerme creer que aquello que le interesa es el comportamiento del policía, (SPOILER) hasta qué punto puede tomarse la justicia por su mano y decidir qué es aquello que merece ese bebé del que se apropia indebidamente, si lo mejor es que el niño en cuestión goce de una buena vida o que se respete la ley aun a costa de su bienestar, yo no puedo dejar de pensar en una escena horrenda en la que se descubre el cuerpo del bebé cubierto por sus propios orines y excrementos, o en otra igualmente abracadabrante en la que el policía y su mujer descubren a su hijo muerto en la cuna (FIN DEL SPOILER), no puedo sacarme de la cabeza innumerables giros dramáticos que atropellan al espectador zarandeándolo como si fuera un pelele. Una segunda oportunidad no es una película honesta porque no trata a su público honestamente, porque no lo considera digno de respeto, sino que ve en él una masa informe a la que se puede engañar con una trama grotesca disfrazada de mensaje progresista.

    Pues a eso voy, para finalizar. La película está también llena de imágenes apacibles, de aguas tranquilas, de puestas de sol, de bosques en silencio, blablabla. Como si quisiera decirnos que la naturaleza sigue su curso inalterable mientras nosotros nos empeñamos en complicarnos la vida con nuestros dilemas morales. Sin embargo, por las películas anteriores de Susanne Bier, muchos ya sabemos que se trata de una realizadora plana, sin ningún sentido de la puesta en escena, y que siempre quiere disfrazar esas carencias con la impostación de grandes discursos humanistas. Que si el amor, que si el desamor, que si nuestra responsabilidad hacia los demás, que si las dificultades de la convivencia, que si patatín que si patatán. De eso iban ya Después de la boda o En un mundo mejor, entre otras. Incluso aquel espanto que filmó en Hollywood, Cosas que perdimos en el fuego. En este sentido, sus trabajos son más admoniciones que películas propiamente dichas. Y Una segunda oportunidad no es, por lo tanto, una reflexión sobre las difusas fronteras entre el bien y el mal, sino más bien (SPOILER) un trabajoso ensayo sobre cómo simular un discurso de ese tipo sin entregarse a una labor que pueda responder al nombre de “cine” (FIN DEL SPOILER).

    A favor: Un conjunto de actores que saben dónde meterse, y eso se nota.

    En contra: Esa sensación de estar viendo a una señora muy peripuesta hablando de asuntos escabrosos con indisimulado disgusto.

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