Cuando eliges una película lo haces porque algo en ella te llama la atención, en este caso su nombre es Forest Whitaker, un actor de mi agrado, más como director, del que hace tiempo que no veía nada más un tráiler que dejaba intuir una película emocionante de tensión, garra y nervio y, tengo que confesarlo, la curiosidad por comprobar si el suspenso otorgado por la crítica era merecido.
Bueno, como se dice, "la curiosidad mató al gato" y a mi, me dio de pleno en todo el rostro porque sí, desde el primer minuto ya puedes certificar su calidad media de filme que juega en segunda división, lo cual no tiene porque llevarte a desecharla inmediatamente pues su contenido puede ser consistente, válido y muy sugerente..., segundo pensamiento erróneo pues, a estas alturas, creo que debería existir la categoría de Oscar al mejor montaje de tráiler pues, el susodicho realizador, ha tenido un arte exquisito e inteligencia perspicaz para insinuar y vender lo que ni existe ni pretendía aparecer aunque, por suerte, mi primer motivo para escogerla es el único que no me ha fallado pero..., sirve de poco ver interpretar, y participar de la producción, ha este actor negro norteamericano en un relato, de sinopsis apetecible, donde el terapeuta, autor de un libro de éxito reputado y querido por sus fans, prueba en persona y en carne viva, a lo bestia, el método de cura de su despertar a la luz, dejando atrás la oscuridad que le envolvía y agazapaba, para mejorar su vida y salvar su alma pero resulta, ¡vaya sorpresa comercial!, que todo es carne de marketing que en visionado directo se afloja, entumece y llega apenas a sitio alguno.
Ser el probador de tu propia medicina, el sanador de tus alivios, el confesor de tus pecados que tanto promulgas como ejemplo de superación de las dificultades, de cambio posible y de proyecto de existencia pacífica con uno mismo, feliz para con los demás y en descanso respecto la culpa y remordimientos de un pasado solucionado al que dejar atrás, estandarte de lema muy estimulante sólo que, es todo basura publicitaria que llena estantes, vende libros y permite una vida acomodada de consideración, adulación y respeto a los ojos de los demás hasta que un distorsionado de mente, creyente fiel desilusionado ante la decepción de los resultados de dicha terapia y ejecutor de justicia divina que realmente traiga paz a los mortales presentes con su pasado en suspenso toma cartas en el asunto y, lo que era suavidad sin contenido interesante que seguir, adquiere un tono de mejoría en esa esperanza necesitada de estímulo pero, vuelvo a caer en la misma piedra, sólo era humo de una hoguera que nada más asomar el fuego, el guionista responsable, le echó tal cantidad de agua que la secó de un plomazo dejando a la vista sólo recuerdos de todas sus posibilidades perdidas.
Quiere, pero no puede, ofrecer venganza brutal llevada con energía, pasión y ardiente crueldad interesante como balance y equilibrio de la locura trastornada de un individuo que, al tiempo,le lee un cuento para dormir a su niña en el cuarto de al lado de las torturas que el bendice como castigo necesario para sanar, intenta coger fuerza y vigor para mantener la emoción y arrebato de un espectador que perdió desde sus inicios pero, que continúa al pie del cañón por esa tramposa vocecita interna, que pocas veces se cumple pues "el caballo blanco de Santiago..." nunca será de otro color que blanco por mucho que lo desees y ansíes, que le machaca en su positivo corazón con su insistente condicional de futuro inmediato "...¡a lo mejor mejora!".
Pero seamos realista, menos indulgentes y pongamos los puntos sobre las ies pues, Philippe Caland director de este relato de gusto amargo y desaborido por desaprovechamiento de talento, ideas y buena aptitud, ofrece una buena mesa, un excelente escenario de adrenalina que debe ascender hasta cotas de terror y angustia emocional pero, se queda en vacío neutro de potro que no llega a caballo hermoso, cachorro que no cumple esa perspectiva de feroz y potente lobo adulto que con su sola presencia impone y aterra.
Un éxito de Miguel Bosé reza en su estribillo "...hacer por hacer, hacerlo mal o hacerlo bien...", de las tres opciones, bien, mal, simplemente hacer, optó por la más sosa e insípida porque, haberlo hecho bien ¡hubiera sido la hostia!, haberlo hecho mal también tendría su puntito pero..., ¡hacer por hacer!, ¡eso nunca!, ¡antes muerta que sencilla!, aunque sólo sea por honra personal.