“¿Puedo ver esa carta de Lincoln?”, es el único capítulo que vale la pena.
Los ochos odiosos y, efectivamente, claro como el membrete; son ocho y son odiosos -aunque no tanto, ¡no creas!-; obviedad que siempre se cumple con Tarantino pues es concreto y sincero en lo que ofrece, desmadre violento y desagradable, caña por todas partes, adrenalina en ascenso y vocabulario para cogerlo con pinzas, explosiones o tiros para animar la fiesta y un banquete incómodo y divertido que alegra y mata por igual, que ameniza e incordia, seduce e indigesta para concluir lo sabido, que Quentin tiene un estilo único y que quien le escoge para verle ya sabe lo que va a encontrar.
Pero ¡mira por dónde! que esta vez le ha dado, únicamente por la cháchara, diálogos incesantes sobre los personajes que se van presentando, uno a uno a su tiempo exponiendo su persona, trabajo, lugar de procedencia y destino de llegada, cada cual marcando posiciones y trayendo a colación diversos temas, y una maldita ventisca para reunirlos a todos en lugar común donde jugar al tiro y afloja, a quién es quién y a ese encaje inesperado de piezas para jugar al ajedrez y ver quién cae primero y quién sobrevive al rey, si es que éste queda al descubierto.
El juego del cluedo, quién miente, quién dice la verdad, “uno de ellos no es quién dice ser”, habrá que tomar precauciones, protegerse y asegurarse la salida victoriosa; la adrenalina va subiendo, cada uno tiene su estrategia y el espectador observando una partida que no tiene excesivo interés, calor ni intriga; y no porque las palabras no motiven o la conversación no atraiga, simplemente éste no participa, está en una esquina de la sala escuchando esa imitación hitckcockiana de época muy pasada, más dura, menos elegante pero igual de tramposa que cualquiera de ellas; con su fantástica música, acierto indiscutible de melodías para cada pieza, más esa tenaz, meticulosa e inquisitiva fotografía ¿y?...,no te afecta mucho, no va en exceso contigo, no te excita ni anima, la encendida pasión que esperas y deseas no llega y nunca llegas a ser Jessica Fletcher investigando un asesinato o, Colombo tomando notas de todo lo dado.
Cada vez quedan menos y la tormenta sigue acosando, al tiempo que continuas sin participar ni apostar sobre quién será el próximo; no dudo que el guión fue divertido y ocurrente de escribir para su autor, quien se lo toma muy en serio y con respeto, amén de que también se lo pasó en grande en su rodaje, pero la audiencia no aspira su aliento con entusiasmo, concentración y vistas a resolverlo; Samuel L. Jackson ejerciendo de áspero Sherlock Holmes con capa, sombrero y pistola, y un inútil e improvisado Watson de escolta de sus espaldas no abre gran apetito ni coma con plenitud las expectativas, honradamente no es lo ansiado por esa ilusión expectante de quien oye hablar de una película y no puede esperar a verla para deleite de su gusto.
Ni la censuro, ni la suspendo, ni la critico en negativo, es una notoriedad de argumento y montaje, pulcritud de imagen de abducción sonora, de realización loable pero, de nada sirve si desvías la mirada de la pantalla con facilidad, si buscas refugio de opinión en quien está a tu lado, o vas comprobando el reloj a ver cuánto va tardando; escrita y dirigida por Quentin Tarantino, él la disfruta más que nadie, lo cual es genial para el susodicho, no tan estupendo para la concurrencia.
Puede que seas demasiado exigente con un director cuando eres devota de su marca y estilo, o puede que, simplemente éste se repita y ofrezca más de lo mismo, pero sin tanto eficiencia, carácter y arrebato; la consecuencia es la misma, no sales satisfecha.
Con lo sencillo y fructífera que fue la conexión en otras veces, en esta ocasión no hay entendimiento; si la analizas con detalle, de miembro a componente, es gloriosa, un trabajo fantástico, costoso y meritorio; si la valoras por la actitud e aspiración del público, muy contento y exultante no sales, ni tú ni la referida.
Lo mejor; toda ella, por partes individuales de ingredientes formidables.
Lo peor; de nada sirve para una razón no cautivada, que atiende sin exaltarse.
Nota 6,8