Los reyes de la comedia
por Marcos GandíaStan Laurel ante el cartel, en un cine inglés, de una película (la del viaje a Marte) de Abbott y Costello. ¿Qué está pensando? Seguramente que el tiempo es algo inexorable, y que los mismos gags, las mismas rutinas y el mismo juego de contraste entre dos personajes antagónicos siguen arrancando risas, pero que esas risas un día fueron para él y su compañero, Oliver Hardy. No será el único referente cinéfilo que el film de Jon S. Baird utilice para descolocar a su pareja de cómicos en un último viaje, en una última función, un postrer saludo desde el escenario: Norman Wisdom o Nobby Cook, estrellas en el humor popular británico de cine y vodevil de los años 50, chocan con esa resistencia a la decadencia personal de Stan & Ollie. No entenderán el mundo del cine que les margina (la secuencia de Stan Laurel en la sala de espera del esquivo productor británico), tal vez ni siquiera el mundo que les rodea en los años 50 del pasado siglo, pero saben que la risa es atemporal y que el público sabrá reconocerla.
En este sentido, El gordo y el flaco resulta un alegato casi militante sobre la creatividad, la continua creatividad del humorista, atento a hallar en cada situación de su entorno su plasmación en un gag. Stan Laurel se pasó toda la vida escribiendo gags y guiones para películas que jamás rodaría junto a Oliver Hardy, incluso tras el fallecimiento de éste. El film de Baird es una de ellas a veces, o imagina (con guiños a títulos que sí se rodaron: el soñado Robin Hood reproduce el real Fra Diávolo de la época de esplendor del dueto cómico) ser una de ellas. Y llena de citas a los instantes imperecederos de Laurel & Hardy en la gran pantalla (alusiones a La caja de música, De bote en bote, Quesos y besos, La vida nocturna…) tomando como imagen icónica el baile frente al salón de Laurel y Hardy en el Oeste, su canto del cisne del éxito y de las producciones para Hal Roach, su descubridor y mentor.
Si como ejercicio de cinefilia, El gordo y el flaco funciona, más lo hace como triste drama sobre la decadencia, la vejez y la inminencia de la muerte. Tristeza e inevitable melancolía porque en realidad, además de sobre la amistad, el film es una despedida, una última representación. Jon S. Baird logra que El gordo y el flaco sea la personal Candilejas de Stan Laurel y Oliver Hardy. Mientras que en allí, Charles Chaplin se encarnaba casi a sí mismo (y mucho más Buster Keaton), aquí son los dos artistas cómicos (reencarnados sobrenatural y magníficamente por Steve Coogan y John C. Reilly) quienes ejecutan el final paso de baile antes de que caiga el telón.