“Ni los muertos pueden ser libres”; cadenas que ahogan para todos.
Caótica, destartalada, cuesta un poco entenderse con los personajes, hacer juicio de lo que está sucediendo, envolver en una coordinada idea el desmadre expuesto pues, ni ellos mismos saben lo que están haciendo, lo que pretenden o a dónde se dirigen; sin patrón ni rumbo que guíe sus metas es un deambular de tropiezos, errores, intentos de arreglo acompañado de más despropósito si cabe que parece hallar, por fin, algo de sentido y lógica a sus decisiones y a todo aquello que hay que afrontar, aunque sea a través de dolorosos golpes.
Porque hay mucha tela que cortar, mucho que decir y analizar, bohemia de juergas y dejadez de una desorientada existencia, sin dirección ni contenido, que expone temas realmente interesantes sobre los que meditar, desestructuración familiar, falta de apoyo, escasez de liderazgo, drogas al uso, inestabilidad afectiva, jóvenes ejerciendo de adultos, adultos con síndrome de Peter Pan y un desvariado escape emocional que dibuja la herencia recibida, la tradición de crianza y los efectos en quienes reúnen todo en su persona; ese abandono y desgana que se revierte hacia esa anulada razón, que incordia con cuestiones, y a la que se evita con ese viaje mental a ninguna parte, que será principio de cambio y destino por las consecuencias que de aquél se perpetúen.
Sólo que no acaba de haber solidez y profundidad en la construcción y andanza de los protagonistas, ni en lo que están viviendo, únicamente retazos ligeros y divertidos, ágiles, errantes y dóciles del delirante y perturbado drama que se mueve alrededor suyo y en individual persona; deja caer opciones, posibilidades, un loco catálogo de diversidad de buenas catastróficas intenciones en la búsqueda de espacio, identidad, en el desenfreno de hogar que se muestra, tan desordenado, confuso e irreverente como sus portadores y el día tras noche que llevan pero, se limita a insinuar y dibujar sin el riesgo de afirmar y colorear con rotundidad enérgica.
“Veremos que depara el mañana”, orden de deslealtad y responsabilidad eludida para un guión que presenta la enredada divagación de quien no se adapta a lo establecido y anda con sobresaltos capturando lo que surja, afrontando lo que aparezca, sin culpa, miramiento o estrés de pertrechar hondamente y preocuparse más de la cuenta, hasta que dicho lema no funciona y hay que buscar en otra parte; “tengo estos principios, si no te gustan tengo otros”, pero andar tiene sus secuelas, aunque creas estar parado y en ninguna parte, y con una música estridente y una neoyorquina fotografía urbana, Robert Pulcini y Shari Springer Berman ofertan este delirio de unidad inusual que establece fuertes lazos, no se sabe cómo ni cuándo estando cada uno por su parte, a la suya, que desespera, desquicia y es ininteligible para quien sigue sus desvíos pero que, logra que sigas mirando sin perder ápice de su locura de pasos, habla, consejos y elecciones que se van tomando.
Ethan Hawke, siempre cumplidor/siempre genial a la cabeza patriarcal de un estrambótico caos, sin sentido pero buen corazón, para un acertado contexto actual y una precisa ambientación que habla con honradez de lo que se encierra más allá de la vista externa; alternancia de vidas elegidas, costumbristas o al margen de lo establecido, decisiones maduras en adolescentes no preparados, presente insano que busca favorable destino y muchas lecturas alternas para un argumento que tenía todo a su favor para coronar sus potentes insinuaciones pero, opta por fiesta atolondrada e informal que desfila por encima, lo suficiente para entretener y pasarlo bien aunque, sin mojarse con determinación y propósito, con soltura y validez desenvuelta aunque, sentida deficiencia de rotundidad y atrape en lo exhibido se queda.
Viviendo como un jugador que busca su origen, peregrinación y trayectoria, su disfrute y apetencia van al son de la apuesta del momento, es interesante, ruinosa, apetecible y gustosa, choca con lo establecido sin hallar hueco para respirar y pensar en el desastre que se carga en la mochila, no colma con esmero y categoría, pues no remata el esbozo presentado, pero se deja ver, se consume con ganas.
Una irregular tragicomedia cuyos portadores reaccionan como saben y pueden al descontrol que maneja sus vidas; es grata su intromisión y ameniza bien el tiempo aunque, no llega a santidad, por mucho que sean 1000 los santos involucrados.
Lo mejor; la inquietante y acogida alternancia que expone.
Lo peor; nada por aguas costeras sin atreverse a ir más adentro.
Nota 6,3