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    Rastros de sándalo
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    Lourdes L.
    Lourdes L.

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    2,5
    Publicada el 16 de abril de 2015
    Básica, elemental, carente en excesivos puntos, un desfilar robótico de personajes inapetentes por las limitadas interpretaciones de sus actores y, momentos desganados en demasía por pereza de diálogos sosos, desaboridos, insulsos -que nunca rozan la mínima consistencia- de manual sobre cómo no interesar un ápice al espectador que no ayudan, en nada, a una motivación que desaparece a los pocos minutos de su rodaje por tratarse de un relato cliché, estandar, estereotipado, de pasos consabidos hasta por el más burdo y que caen, aún más, en la desidia conforme compruebas que sus exiguas ideas no dan para transmitir apenas algo.
    Anna Soler-Pont se encarga del guión de su propia novela, a la cual también financia -y no dirige ¡por poco!-, proyecto personal de ver plasmada su obra escrita en imágenes de poco fruto y beneficio, camino que abre su andadura en la India, con la desolada sentencia "Es una niña, mala suerte", para resolver la incógnita de la búsqueda en una veloz media hora, sin contratiempos ni tensión, un visto y no visto que deja perplejo por la alelada facilidad, para trasladarse con urgencia a una Barcelona cosmopolita donde, aparte de las hermosas vistas de turismo gratis, sólo encontrarás un gélido y ineficaz como-portavoz-de-cualquier-tipo-de-esencia personaje, inútil emocionalmente, autista en cuanto a difundir sus sentimientos, cansina tartamudez afectiva que demora hasta aniquilar todo rástro de sándalo y esperanza de mejora.
    Dudo si el relato en palabra escrita es tan pobre como en fotograma pero, si ya la película no te dice nada, dudo que lo haga su homóloga en papel de la cual nace, nada que resaltar/poco que contar que no sea conocido-ya rodado-ya narrado, pesadez generalizada envuelta de bonito colorido y babiecas sonrisas a quien ni tu más ingenua condescendencia puede aprobar o perdonar.
    Torpeza argumental de nula originalidad, profundiza en una inocuidad que es su mayor sello distintivo, error de una naturalidad desganada que asfixia y que no encuentra su química porque nunca tuvo chispa ni ritmo inteligente que mostrar, indulgencia inexplicable en la nota otorgada que atrae tu atención, en un primer momento, para perderlo rápidamente y no recuperarlo jamás.
    Ni con sal ni pimienta, ni como entrante ni postre, superficialidad dulce que no alivia las penas pues vive de una debilidad y flojera que gustará a quienes sólo se fijen en el lindo y estético mantel pero sin contenido sabroso que valga la pena en los platos de una cena, cuya memoria apenas se recuerda.
    Sensación de cuento bello para almas piadosas que no exigen ni marean, fábula ideal para niños a los que amansar y dormir, sin encanto-sin vivacidad-ni empeño de llegar muy lejos más valdría haber escogido, como Aina Clotet, una película de Nandita Das de Bollywood pues hubiera entretenido con más gusto, energía, coraje y disfrute.
    Si tu idea, ya de base, es corriente y no sobresales en las formas ni en las maneras, ¿qué queda?..., sensación molesta de fastidio por la falta de diversión o interés en algo, es decir, aburrimiento de toda la vida.
    Cuando encuentras películas tan soporíferas y vacuas de sustancia, de esfuerzo y ánimo impeceptible por transmitir espíritu, o alma, o lo que se tercie que no sea nulidad de insalvable distancia, te preguntas por el placer de tu hobby pues la sesión de cine no ha sido fructuosa y la creatividad de la escritura está siendo arduo costosa.
    Resumen..., tuviste, Maria Ripoll, el desafortunado acierto de quitarme, durante hora y media, las dos cosas que más quería; entonces, ¿qué queda?..., sensación molesta de fastidio por la falta de diversión e interés en algo, es decir, aburrimiento de toda la vida.
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