Evocación lúdica del viejo Hollywood
por Quim CasasSi fuera una comedia italiana en vez de una película de los hermanos Coen ambientada en el Hollywood de los años cincuenta, podríamos considerar ¡Ave, César! como un homenaje al denominado cine de teléfonos blancos, la etapa de la cinematografía italiana que se extendió desde mediados los treinta hasta 1941 y que se caracterizó por comedias y dramas mundanos, opulentos y muy blandos. Siendo una producción estadounidense, el referente sería la comedia sin aristas hecha en Hollywood en los años treinta y cuarenta, es decir, bien lejos de la mala uva que gastaban, cuando querían, directores como Howard Hawks, Preston Sturges, Mitchell Leisen, Leo McCarey, Gregory La Cava, Frank Capra o George Cukor. Son cineastas que gustan mucho a los Coen, sin duda; de hecho Sturges y Capra han revoloteado en títulos suyos como El gran salto y Crueldad intolerable.
Pero en ¡Ave, César! han preferido la tonalidad agradable antes que la cínica o incluso la agridulce. El último trabajo de los Coen parece un título menor, un homenaje a las películas de aquel Hollywood que sobrevivió pese a la caza de brujas, por un lado, y la competencia de la televisión, por el otro. No hay acritud alguna, ni la atmósfera perturbadora que caracterizó su otra inmersión en la llamada meca del cine, la kafkiana Barton Fink.
¡Ave, César! tiene un débil hilo argumental: durante el rodaje de una película de romanos, su estrella principal, el personaje encarnado por George Clooney, es secuestrado. La verdad es que la identidad y motivos de sus secuestradores acaban siendo lo de menos. Es más, esta parte resulta la más deficiente de la película. El secuestro y las vicisitudes del jefe del estudio (espléndido John Brolin) para solucionar los muchos problemas que se le presentan al frente de Capitol Studios y otras cuestiones personales –tiene un gran sentimiento de culpa por fumar a escondidas de su esposa y, por ello, cada día va dos veces a confesarse a la iglesia–, no son más que una excusa para reproducir el rodaje de situaciones características de las viejas películas hollywoodienses: un western con cowboy cantante, un melodrama sofisticado, una secuencia musical estilo Un día en Nueva York u otro momento musical en el que Scarlett Johansson emula a Esther Williams y los Coen diseñan unas coreografías caleidoscópicas con bañistas dignas de Busby Berkeley.
No es mucho si además la película es de los responsables de Muerte entre las flores, Fargo o No es país para viejos. Hay algunas secuencias bastante divertidas: por ejemplo, el conclave del jefe del estudio con un sacerdote católico, un pastor protestante, un rabino judío y un representante de la Iglesia ortodoxa para debatir el tratamiento de Jesucristo y los elementos teológicos de la película que se está rodando. Y hay momentos bastante pueriles como uno que atañe a un submarino soviético que no viene a cuento y que ensucia parcialmente una película planteada en clave lúdica y cinéfila.
A favor: las prestaciones de casi todo el reparto y el desborde cinéfilo.
En contra: su tono demasiado blando y su estructura deslabazada.