La descendencia que no logró ascender.
Esta sugerente creación, que une tanto personaje infantil de leyenda en única cinta, es tan limpia y angelical que transita sin dejar apenas huella, con sincero desencanto, lo cual incomoda por el aprecio y estima hacia los susodichos cuyo nombre e imagen es utilizado en vano.
“Supongo que los hijos son inocentes de lo hecho por sus padres”, síntesis a partir de la cual Disney elabora un guión, de sinopsis apetecible y curiosa, elaborado a su perfecta medida, original planteamiento que pretende exculpar a la descendencia de la catástrofe ocurrida en el pasado para empezar a decidir por si mismos quiénes quieren ser, si sucesores de las fechorías de su parentela o esa óptima elección bondadosa de escoger el bien para intentar ser feliz; no olvidemos que ¡es un bello cuento, cuya fábula debe servir de enseñanza a la prole!
Musical adolescente de mucho colorido y efecto ligero y cándido, se podría haber sacado más partido y picardía a tan novedosa y atractiva idea, sagacidad que se vende por la beatitud, inocencia e ingenuidad de sus pasos y diálogos, más una falta evidente de estilo y arte en su ostentación y exhibición.
Cuando uno piensa en el mal, en las cuatro figuras representadas -Maléfica, Cruella de vil, la madrastra de Blancanieves y Jafar-, tiene un pensamiento más espeluznante y horrible de los mismos, más sabroso dentro de sus argucias y complots, aquí sus figuras y apariencia de las mismas no dejan de ser anecdóticas, al tiempo que poco agraciadas, para que toda la blanda, esponjosa y dulce magia de Disney deje correr su fantasía y surja la magia; sólo que ésta es tan bonachona e inocente que reduce mucho las posibilidades de pleno acierto, excepto para edades infantiles que se distraerán con su tierno caminar y virginal pose.
“¿No disfrutas viendo a la gente sufrir?..., ¿no quieres ser cruel, perversa y malvada?”, sí, completamente sí porque este paraíso de amor, cariño y buenas esperanzas es tan soso y cursi como el reino del odio y el mal que presenta pues apenas seduce, atrapa o cautiva para, siquiera, tener la deseada tentación de caer en sus redes.
Porque ¡seamos serios!, ¡seamos convincentes!, el lado oscuro debe tentar, hechizar y persuadir, ofrecer goloso beneficio que propicie la duda de cruzar la línea y pasar a ese inhóspito costado de tenebrosa orilla; si Darth Vader cedió y cayó, al menos presenta la isla de los malvados y sus insignes abanderados con más firmeza y coraje, así como su llegada al reino de la belleza y los buenos deseos, ¡que ni la casa de la pradera!, con más enfrentamiento, chispa y energía, vivacidad y gracia de duda y cavilación sobre la rectitud de lo llevado a cabo.
Un High School Musical con poca chicha y excesiva suavidad y finura, escaso encantamiento para tantos hechizos y su anhelada varita mágica, el retroceso y lapsus de opción malograda de Disney en esta recreación de fantasía es obvio pues ni maravilla ni fascina, su casta exposición deja al espectador alelado y aturdido por la ocasión fallida de haber construido una pieza teatral de grato y apasionado consumo.
Se puede ver con tanta facilidad y ligereza que dichos adjetivos van en su contra, busca audiencia familiar que aprecie su candor y pureza pero tanta suavidad en sus personajes hace que los observes moverse, gesticular, cantar y expresar sus textos y que tu pasividad emocional y autismo consumista vayan en aumento.
Pasearte por Disneylandia sin evocar sentimiento que no se aproxime a la neutralidad e indeferencia, y ello siendo generosos en tu juicio, no es la aventura soñada ni el viaje pretendido.
Esta invención prometía y lucía grandes posibilidades en su teoría, lástima de estropicio en su erróneo desafecto práctico.
Lo mejor, es ¡Disney!
Lo peor, es ¡demasiado Disney!
Nota 4