¿Qué es la poesía?
por Gerard CasauEn La Casa dalle finestre che ridono, los crímenes que acontecen en un pequeño pueblo de Italia parecen estar directamente relacionados con un retablo supuestamente tan magistral como pavoroso. El momento climático en que el espectador finalmente logra ver tan nefando cuadro queda inevitablemente empañado por la naturaleza desoladoramente vulgar de la pintura, de trazo grueso y poco menos que infantiloide. El (por lo demás, muy apreciable) filme de Pupi Avati ilustra de forma inmejorable la dificultad que el arte tiene para representar lo sublime cuando este concepto forma parte de su mismo entramado argumental. Y aunque La profesora de parvulario no guarda en apariencia ninguna semejanza con La Casa dalle finestre che ridono, la película dirigida por Nadav Lapid también queda expuesta a la genialidad de uno de sus personajes: un niño que elucubra poemas rumiados mientras da vueltas de un lado a otro, llamando la atención de su profesora de parvulario. Esta al principio usurpará sus creaciones, usándolas en su taller de poesía, para luego convertirse en su principal valedora y protectora frente a un entorno que se muestra hostil a cualquier despliegue de sensibilidad.
Así, La profesora de parvulario podría entenderse casi como un filme de tesis, donde el autor israelí lanza una crítica a la estrechez de miras de su país. Pero Lapid no quiere ser solo un cineasta de prosa, por lo que desperdiga diversos elementos que desestabilizan el relato a medida que comprendemos que la supuesta brillantez del arte del muchacho nos llega a través del filtro de la cada vez más extraviada mirada de su profesora. El método de Lapid para filmar la irregularidad, ya expuesto en la anterior Policía en Israel, pasa por dotar a los encuadres y a los actores de un estatismo exasperante para luego contradecirlo mediante una acción abrupta o un detalle que rompe la cuarta pared (a saber: una mirada a cámara, el choque de un personaje contra el objetivo...). Esto, unido a unos diálogos manifiestamente artificiosos, da a la obra una apariencia inusual, sin género, acorde con la ambigüedad de su personaje protagonista, que merodea la fina linea que separa la heroicidad de la demencia. Sin embargo, el cine de Lapid nunca logra desprenderse de la sospecha de arbitrariedad, donde toda ruptura acaba cayendo en saco roto. No hay que descartar, en absoluto, la posibilidad de que el director entregue una obra interesante en un futuro cercano; de momento, todavía le pesa demasiado el balbuceo un tanto altisonante de sus gestos de artista.
Sí, La profesora de parvulario es un filme desconcertante, la clase de película en que uno jamás habría esperado escuchar el “Bailando” de Paradisio, que se adueña de sus minutos finales. Pero quizá habría que preguntarse si es algo más que eso. Si sus sorpresas están construyendo algo o no son más que pintorescas distracciones.
A favor: Es innegable que la propuesta depara momentos intrigantes.
En contra: Sus fugas parecen fruto del capricho.