Pequeñez bien entendida
por Alberto CoronaCuando Ant-Man se estrenó hace tres veranos la verdad es que no podía haberlo tenido más difícil. Por un lado, la salida de Edgar Wright del proyecto había predispuesto los ánimos a percibir el esfuerzo de Peyton Reed como incapaz de dignificar, o inyectarle un mínimo de personalidad, a un producto roto. Por otro, meses antes se había estrenado, rodeada de 'hype' y polémicas análogas —ya que Joss Whedon también había sido nominado para abandonar la casa (de las Ideas)—, la monumental Vengadores: La era de Ultrón, ambicioso 'crossover' que trató de replicar el impacto de la Vengadores primordial, fracasando miserablemente. Aún así, el regreso a historias de origen, más mundanas e íntimas, es posible que le diera pereza a más de uno, y la secuela, Ant-Man y la Avispa, se ha encontrado en esta misma coyuntura. Después de Vengadores: Infinity War y esos angustiosos últimos minutos, ¿de verdad esperan que traguemos con las desventuras de un tipo cuyo poder es, em, encogerse? ¿Acompañado de una tipa cuyo poder es el mismo… pero con alas? Y la respuesta es sí, que lo esperan. Y que, por supuesto, te lo vas a tragar.
Más allá de los remiendos, y de lo doloroso emocionalmente que era imaginarse a Wright haciendo las maletas, la primera Ant-Man se reveló en su momento como una de las propuestas más frescas que habían salido de la factoría. No tanto por cómo afianzaba los pasos en el camino abiertamente humorístico inaugurado por Guardianes de la Galaxia, sino por cómo gestionaba una suerte de hibridación con el cine de atracos, y decidía erigir como máximo protagonista al tipo más patético del Universo Cinematográfico de Marvel: Scott Lang, encarnado con comodidad e intuición por Paul Rudd. Y estas virtudes se mantienen a pleno rendimiento en Ant-Man y la Avispa, donde ahora además Rudd se escribe parte de los diálogos —una decisión que encuentra inmediato precedente en el Deadpool 2 con Ryan Reynolds, y que no podría estar más atinada—, y la trama nos concede aquello que Vengadores: Infinity War nos escatimó por cuestiones logísticas: espacio para los personajes.
Así, sucede que Ant-Man y la Avispa, sin ser tan sorprendente como la entrega inicial, es capaz de lograr que todos y cada uno de sus protagonistas brille por igual, sin ser constantemente eclipsados por un Rudd en perpetuo estado de gracia. Ni que decir tiene, la mayor relevancia que aquí acoge Hope Van Dyne (Evangeline Lilly) es la mejor idea del guión, afianzando ese contrapunto enérgico y decidido a la torpe desidia de Scott Lang que ya nos deparaba los momentos más memorables en la primera Ant-Man; pero, al igual que sucedía en la anterior película de superhéroes con dos nombres en el título —sí, ¿no os acordáis de ella?, Batman & Robin—, los secundarios que rodean a dicha dupla también se quedan con una parte importantísima del pastel. Michael Douglas está graciosísimo como el Ant-Man original que se ha quedado en vejete gruñón; Walton Goggins sigue perfeccionando ese fantástico rol de “villano a su pesar que preferiría estar en su casa jugando al FIFA” que ya le descubrimos en Tomb Raider; Hannah John-Kamen inyecta profundidad y tragedia a la primera antagonista femenina que no se limita a estar encantada de conocerse; y Michael Peña… en fin, todos queremos a Michael Peña. Y aquí su Luis, aunque sin demasiado tiempo para hacerse un lío con sus historias, sí encuentra el suficiente para exigir un 'spin-off' cada vez que asoma la jeta.
Pero la mayor prueba de que Ant-Man y la Avispa, antes que a escenas de acción mucho más rápidas y dinámicas de lo acostumbrado, se lo juega todo a sus personajes, se encuentra en su clímax. Allí, en lugar de decantarse por una batalla épica, o por una pirueta que reafirme la excentricidad del producto —como ocurría en Ant-Man con su descacharrante pelea en el tren de juguete—, la película de Peyton Reed nos conduce a una genialérrima persecución a la que sólo le falta un banjo como banda sonora, integrada por varios equipos en busca de un mismo objetivo que no para de cambiar de manos. No es ya sólo que pase por ser un formidable (¿e involuntario?) homenaje al plano secuencia de Tintín y el secreto del Unicornio, es que es maravilloso sentir cómo el verdadero placer de la escena se extrae de las reacciones de todos esos personajes al devenir de la acción. Luis flipando con todo lo que ocurre, Sonny (Goggins) arrepintiéndose constantemente de no haber estudiado, la Avispa cumpliendo eficazmente su misión, y Scott Lang, nuestro pobre Scott, sin ver el momento de volver a casa con su hija. Ésta es, de verdad, una película espoleada por personajes entrañables y humanos. Esto es, de verdad, Marvel.
A favor: El oasis de cercanía y ligereza que supone tras la agotadora Infinity War.
En contra: Lo desaprovechadísima que está Michelle Pfeiffer.