Espejo, espejito…
por Xavi Sánchez PonsEl cine de terror palomitero de los ochenta sigue y seguirá siendo una piedra de toque tanto para los nuevos directores del género que crecieron viéndolo, como para los aficionados que lo siguen mitificando; y con razón. Fue una década donde la incorrección política campaba a sus anchas, se apostaba por lo fantástico sin cortapisas, los efectos de maquillaje tradicionales llegaron a su cénit, y la sangre y los asesinatos brutales eran mostrados sin censuras con unsano espíritu festivo. En la actualidad muchos son los cineastas que intentan recuperar con acierto ese terror lúdico y Mike Flanagan, director de Oculus. El espejo del mal, es uno de ellos.
La película, que parte de un corto anterior de Flanagan titulado Oculus: Chapter 3: The Man with the Plan, es una carta de amor a filmes como House, una casa alucinante, Poltergeist (Fénomenos extraños) y la saga de Terror en Amytiville; series como la más que reivindicable Misterio para tres; y también incluye guiños literarios al Edgar Allan Poe de “El pozo y el péndulo”. Todo ello da como resultado un mash-up de referentes bien asimilado por el cineasta norteamericano y presentado con la destreza de un artesano consciente de sus limitaciones. Oculus. El espejo del mal no inventa nada, pero es un divertimento de terror con alma direct-to-video sin pretensiones bien armado, una apuesta por el grand guignol y el cine de sobresaltos con la suficiente carnaza para contentar al connaisseur del género.Y es que aquí hay un poco de todo: espejos malditos, posesiones demoníacas, fantasmas vengativos, jóvenes con poderes mentales, hemoglobina y un final gamberro y sorprendente digno del cine de terror que venera.
A favor: Su contundente desenlace y su apuesta por el terror ochentero.
En contra: No aporta nada nuevo al género.