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    Black Coal
    Críticas
    3,5
    Buena
    Black Coal

    Atrapados en la fascinación

    por Carlos Reviriego

    Jia Zhang-ke nos ha recordado en la extroardinaria Un toque de violencia que la China actual es un mosaico de brutalidad, apatía y esquizofrenia, un lugar en el  que la experiencia física y onírica, o fantástica, son casi indistinguibles. No en vano, la película, que pone en escena varios casos reales de violencia social, recibe una de sus mayores influencias por parte del cine de artes marciales de King Hu. El noir oriental del también chino Diao Yinan, Black Coal, que rodó prácticamente en simultaneidad a Zhang-ke (y con el que ganó el Oso de Oro de Berlín), coloca también esta noción de su país en el centro de la propuesta, proponiendo a partir de los elementos clásicos del género (el cine negro americano de los años treinta y cuarenta) una imagen representativa de China en la que la brutal violencia del mundo real convive con el romanticismo de los sueños, de modo que la película se acaba experimentando casi como un recuerdo, como si fueran jirones de una memoria traumática.

    De ahí seguramente que entre muchos espectadores Black Coal pueda convertirse en una experiencia frustrante, sobre todo para quien busque una trama perfectamente desarrollada, de ritmo y suspense arrebatadores (aquí el ritmo es oriental, a veces casi contemplativo) y personajes de una sola pieza. Digamos que el filme prefiere vivir en el territorio de la evocación que en el de la narración. Envuelto en ambientes mohosos, espacios fantasmales y nocturnos, alumbrados en neones verdes y rojos, como destellos viscerales que bañan cada fotograma (fotografiado con inmensa expresividad por Dong Jingsong), el filme no se detiene en su determinación por sorprendernos en cada secuencia, avanzando a contramano de cualquier expectativa. Hilada con minuciosidad en una arquitectura narrativa extraña, abierta a los desvíos y las preguntas sin respuestas aparentes (el aficionado al género tendrá tiempo para pensar sobre lo que realmente ha ocurrido después de la proyección), la trama se abre paso en un laberinto de pasiones y secretos que revelan una complejidad psicológica infrecuente, partiendo del cliché para acabar en la extrañeza surreal.

    En todo caso, en su audaz contagio de estéticas y narrativas, como si el ya clásico Memories of Murder de Bong Joon-ho lo hubiera filmado Wong Kar-wai, Black Coal anida en su interior una crónica negra extraordinariamente potente, un caso policial de esos que se adentran en lugares moralmente perturbadores, ponzoñosos, turbios y oscuros. En un momento de la película, creo recordar, su protagonista, el torturado detective Zhan Ziyi (Liao Fan) escucha una advertencia muy parecida a la que clausuraba la obra maestra noir que filmó Roman Polanski en 1974: “Olvídalo, Jack. Esto es Chinatown”. Ese es el gran motor de la película, que Zhang no puede olvidar. No puede olvidar a su mujer, que le abandona al principio del filme, como no podrá olvidar la investigación de unos asesinatos que quedaron sin resolver cinco años atrás (primer cuarto de la película), y en cuya investigación murieron todos sus compañeros –la secuencia del tiroteo, en plano fijo, es un prodigio–, pero sobre todo no podrá olvidar a la mujer –sí, la clásica femme fatale, o quizá una víctima colateral– a la que de algún modo apuntan los crímenes, Wu Zhizhen (Gwei Lun Mei), y con la que inevitablemente se verá envuelto en un romance imposible.

    Así, en el mundo solitario del expolicía y exalcohólico Zhang, un hombre tan atrapado por el destino trágico como cualquiera de los antihéroes del mejor cine negro, el humor, la melancolía y el dolor forman la trinidad tonal. Es como si Diao Yinan atrapara el espíritu de Chandler en el corazón de Manchuria, pero solo para tomar impulso y avanzar hacia territorios de evocación, hacia las atmósferas sombrías y los significados imprecisos, en ocasiones erráticos y derivativos, pero casi siempre bajo la clave de la fascinación. ¿No fue el cine negro siempre una cuestión estética? Ahí, entre el carbón y el hielo del título original, habita una película que camina por el filo de lo incomprensible (los “fuegos artificiales” del desenlace se antojan como un capricho cargado de sentido) precisamente para retratar un país indescifrable.

    En contra: El exceso estético y la dificultad para seguir algunos detalles pueden expulsar al amante del género noir. (Aunque no deberían)

    A favor: La poderosa singularidad de la propuesta, un noir oriental determinado a sorprendernos en cada secuencia.

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