Gru regresa por partida doble
Luego del éxito inopinadamente masivo que consiguió DreamWorks Animation dentro del mundo del cine infantil en el año 2010, Gru y sus correligionarios ambarinos se convirtieron, a la velocidad de la luz, en personajes de culto y directos representantes de la cultura popular, logrando a expensas de sus componentes de atracción magnética para el espectador rutinario (un gracioso y vil villano, una triada de niñitas con ojos insoportablemente tiernos y unos seres amarillos en forma de píldoras que se comunican a través de un lenguaje que combina decenas de lenguas) una segunda entrega dirigida por Pierre Coffin y Chris Renaud y un spin-off en 2015. A día de hoy, llega—usando como inspiración los signos pesos generados por los tres filmes previos—una tercera entrada con Gru como “único” protagonista, arrinconando a un segundo lugar a los Minions, alternando su participación en forma de escape al estilo de “The Great Escape” de John Sturges con las ansias de Agnes por conocer a un unicornio en el mundo real, una sub-trama amorosa entre Margo y un habitante de la aldea, los esfuerzos de Lucy por ser una buena madre, los fantasmas de Gru que lo instigan a dejar atrás la vida de padre responsable, el impacto que le ocasiona su hermano gemelo y la persecución a un villano principal que irradia estilo ochentero de los pies a la cabeza. Decían que las ideas originales de Hollywood ya no tenían cabida en un blockbuster americano, se equivocan, aquí si las hay, pero con una sobresaturación de historias que terminan condenando al largometraje a las filas del filme veraniego con fines lucrativos que depara la tradicional y chiflada diversión de la franquicia.
Los nuevos ingredientes de la receta son introducidos con independencia, a saber, son como mini-episodios encadenados con aspereza y poca fluidez en un relato en donde la coherencia brilla por su ausencia, pero al fin y al cabo, ese es el significado de una película de animación, una manumisión del mundo ordinario para el espectador, no obstante, esto no la capacita a insertar un tumbo de situaciones tan diversas como desligadas. Además del hartazgo de ideas que no son puentes de originalidad, se encuentra un apartado técnico y visual que no exhibe optimaciones propiamente frescas, el potencial óptico de un par de escenas se ve frenado por la intercepción de las sub-tramas anteriormente comentadas. Sin embargo, hay lugar para secuencias dramáticas y de acción, orquestadas con un tino preciso, en las que se emplean una paleta de colores vivaces, gráficos que emulan la realidad con prolijo y una fotografía que elevan la propuesta de Chris Meledandri a otro escalón, cuando menos, visual.
Con relación a las afiliaciones más recientes, el antagonista Balthazar Bratt, un estrella ochentera que se ve rechazada pública y comercialmente gracias al arribo de la pubescencia y Dru, el hermano gemelo de Gru, un clon casi idéntico del personaje principal, salvo por una fulgente melena rubia y un ajuar níveo, brindan un soplo de aire fresco a un mundo con posibilidades inconmensurable que abarcan desde productos periféricos hasta a personajes merecedores de su propia entrega, no obstante, el efecto capturado no es bilateral. La presentación de Bratt, desplegando una trama de espionaje al estilo James Bond, en los primeros dos actos es tediosa, plana y desganada, no es hasta el apoteósico final que las extravagancias del ex ídolo infantil afianzan las motivaciones por las que acude a la villanía, aplastando, alegóricamente, el emblemático cartel de Hollywood ubicado en las colinas de Los Angeles. Dru, el polo opuesto de Gru, tampoco obtiene un tratamiento totalmente limpio e innovador, evaluándolo como personaje individual, empero, su desarrollo es mucho más disfrutable cuando hace dúo con su hermano, abriendo paso a un atinado slapstick. Es interesante el rollo final, el cual—sin recurrir a spoilers—, es la salida requerida y más coherente para continuar con el leitmotiv general del universo.
Nuevamente, volvemos a ser testigos de la pericia cómica y argumental que encierran los minions como personajes de soporte, los cuales atraviesan una huelga contra su propio amo, la participación en un show de canto y el escape de una prisión de alta seguridad. Sin duda alguna, ellos son el homólogo de la ardilla Scraft en la franquicia “Ice Age”, la cual fue empleada como mecanismo magnético, algo que le encanta a la audiencia, en especial, a los más pequeños.
La atmosfera impregnada por el villano es algo inexplorado para la animación de Dreamworks, haciendo uso de ángulos y ediciones propias de la época, en orden de otorgar cohesión con la historia del villano, empero, no son suficientes los logros visuales que consiguieron con el personaje; la banda sonora, presente en la mayoría de sus apariciones, se ciñe a clásicos ya establecidos como “Bad” de Michael Jackson o “99 Luftballons” de Nena, saliéndose por la tangente con las composiciones musicales propias que debían resaltar en la película.
Con una historia que va a ninguna parte por culpa del raudal de sub-tramas que los guionistas incrustaron en la mitad del metraje, “Despicable Me 3”, dirigida por Pierre Coffin, Kyle Balda y Eric Guillon, complacerá a los amantes del espionaje animado y a los adultos ávidos por un tarde de cine sin exigencias, a costa del talento vocal de los actores de doblaje, las inherentemente hilarantes ocurrencias de los minions y las incesantes referencias a la cultura ochentera. Para todos los demás, la última incursión en el cine infantil, fruto de la alianza entre Illumination y Dreamworks, se queda corta y con ambiciones a medio hacer, gracias a un desbarajuste creativo que no puede ser salvado del pegajoso fango cinemático americano por un apartado grafico digno de la casa, algo que a estas alturas no es cuestión de sorpresa.