"Si está en una palabra o está en una mirada, no puedes deshacerte del babadook..., ba, ba, ba, dook, dook, dook"
Genial, fantástica, desternillante en su principio febril e inquietante en su continuación agónica y asfixiante como hace tiempo una película de terror no reflejaba la histeria, psicosis, alucinación y pérdida de la cordura con tanto efecto y sentimiento sin tener que recurrir al socorrido rojo de la sangre a borbotones, por todos lados, y fiasco de escenas que no provocan alteración, miedo o incertidumbre alguna.
Como las mejores historias narradas en ese fin de semana de campamento, a la luz escalofriante de una cálida hoguerra en plena oscuridad nocturna de luna llena, llega este historia de terror psicológico cuyo protagonista es el personaje de un dulce e inofensivo cuento -hemos dejado atrás las muñecas- que esconde tus temores no admitidos y donde transcurres de la pena y lástima por una madre al límite del agotamiento y el derrumbe físico y psíquico ante un niño inquieto, repelente, toca narices, de fantasía agotadora y espléndido, hay que decirlo, de cara a sobresaltar y cautivar al espectador y al que dan ganas, la verdad, de amordazar, estampar contra la pared, anular y matar por momentos ante su excitación incontrolada mientras, por otros, su sacada de quicio provoca una risa irónica involuntaria ante tanto incordio y desenfreno colérico para llegar a ese maquinista tan maravillosamente interpretado por Cristian Bale que, aquí, deja entrever secuelas y detalles de su fobia, angustia, descenso a los infiernos de la imaginación fantasma, de la sospecha y de la duda de ese diablo que, sin control ni resistencia, habita en todo ser deprimido e insatisfecho.
Jennifer Kent elabora una pequeña, modesta y sencilla historia de efecto contundente y repulsivo con materiales de estampa clásica, planos cortos de encuadre punzante y meticuloso, colores inertes y escenificación neutra y apagada, un mortífero acercamiento a vivir el pánico y horror que funciona en su provocación y éxtasis compulsiva conforme avanza y se atreve a penetrar del todo y con consistencia en el alma del diablo que enloquece, atrapa y se expresa a través de esa madre desesperada/viuda dolorosa que arrastra su pena en doliente silencio cual sonámbula sin esencia con muchos dilemas a resolver.
"Corre, corre, ¡corre lo más rápido que puedas!", simpleza direccional que hace la delicatessen del espectador en una hábil e hipnótica Essie Davis acompañada, espléndidamente, por un crío absorbente y expresivo en la persona de Noah Wiseman, dueto maravilloso que llena con ferociad, firmeza y seducción la pantalla, acierto pleno para plasmar esa visita a los infiernos que llama a la puerta para poder entrar en un perturbador, ardiente e inquisitivo "déjame entrar, déjame entrar, ¡déejameee entraarrrr...!"
Obsesiones y temores que nacen de los conflictos no resueltos, de la culpa inflingida nunca confesada de aborrecer a quien es fruto de tu vientre y de remordimientos de sucesos que marcan nacimientos y muertes, que comen de tu aliento y deliran hacia un descanso merecido que devuelva la pérdida y se lleva la tortura, pánico al pensamiento más horrible de una progrenitora hacia su semilla naciente y que adquiere la forma de ese monstruo perverso que atemoriza nuestras pesadillas y dulces sueños.
La clave de la pesadilla está en el acertijo de esa dictatorial sentencia de entrada, "Si está en una palabra o está en una mirada no puedes deshacerte de babadook", ¿eres bueno jugando a las adivinanzas? ya que, aquí no hay trato, sólo susto cuyo truco nace de esas malignas entrañas que susurran "dame al chico, dame al chico..." porque, ¡cuidado con lo que deseas no se haga realidad!