La bestia en mí
por Gerard CasauEn la colección de libros del pequeño e hiperactivo Samuel aparece un nuevo volumen de vistosa cubierta roja: El Babadook, una fábula en verso cuyas ilustraciones están protagonizadas por una siniestra sombra que amenaza con introducirse bajo la piel del lector. Lógicamente, el cuento aterroriza a Samuel y a su madre, Amelia, quien trata de desembarazarse del libro en repetidas ocasiones, solo para volverlo a encontrar nuevamente en su puerta, con nuevas y espeluznantes páginas. El terror de Babadook parece originarse, pues, en el exterior, con la criatura que da nombre al filme acechando a los protagonistas desde una distancia cada vez menor, reptando por el techo de una habitación, o apareciendo entre los fantásticos personajes de una película muda emitida por televisión.
Pero llega un momento en que la sufrida Amelia, fatigada por la falta de sueño, estalla ante las insistentes peticiones alimenticias de su hijo, espetándole la siguiente frase: “Si tanta hambre tienes ¿Por qué no te vas a comer mierda?”. En ese instante, las tensiones que la ópera prima de Jennifer Kent ha mantenido en un plano subterráneo emergen con la fuerza de un géiser bilioso. El monstruo de Babadook no está fuera, sino en el fuero interno de su personaje principal, arañándole la conciencia para que acepte una incómoda verdad: en el amor que Amelia siente hacia su hijo hay también repulsa; un odio enquistado en el hecho de que su marido falleció en un accidente de coche mientras la llevaba al hospital a dar a luz.
Como en Cabeza borradora de David Lynch, o La posesión de Andrzej Zulawski, los miedos y pulsiones de la protagonistas se encarnan en un ser monstruoso, que vuelve literal su lado más oscuro. Pero frente a las lecturas psicológicas, Jennifer Kent prefiere apuntalar su película en los mimbres de un relato de terror de apariencia convencional, gozando con el goteo de elementos inquietantes que se van apoderando de la imagen. En el filme, parecería que la realidad se degrada hasta arruinar la seguridad de un hogar regido por una pena de tonos grises y azules. Una casa tomada en la que Amelia (una Essie Davis mezcla de bravura y ojeras) entra en contacto con la bestia que reside en su interior, y en la que la directora prueba su filiación por un escalofrío construido no con sobresaltos, sino a partir de una puesta en escena que juega a vislumbrar lo innombrable.
A favor: Su decidida apuesta por un terror de puesta en escena.
En contra: En ocasiones, la exasperante interpretación de Noah Wiseman roza lo grotesco.