Un espacio vacío entre dos puntos, una recta imaginaria y..., a echar el cable ¡que voy!
¡Quién iba a imaginar que poner una cuerda, entre dos edificios, iba a costar tanto!, ¡que los preparativos para tal hazaña fueron tan peliagudos y complicados!
Porque una se centra en el momento clave, en la estrella reina de ese espacio tan corto y tan eterno, 140 pies que valen la merecida gloria pública y la inconmensurable satisfacción personal pero, no había calado en el previo, en ese concienzuda y fatigosa investigación precedente de la que depende todo el éxito posterior pues, la seguridad y confianza en sus cómplices y en la firmeza y estabilidad del cable, son decisivas para que pueda desempeñar su loca y arriesgada aventura.
Porque sin duda lo es, un impresionante desafío que parte de un impulso instintivo cuya creencia de triunfo y coraje de motivación nunca logran desfallecer, sueño hecho realidad con mucha labor de fondo, preparación meticulosa y esa perenne persistencia de quien cree en si mismo y en la lectura que su alma realiza para convencer, sin base lógica pero con mucho valor y entusiasmo, a una sabia razón que la sigue sin duda ni vacilar a pesar de los obvios peligros y el despropósito de lo previsto.
Robert Zemeckis logra plasmar en pantalla un hermoso verídico cuento, con ese elegante carisma de devoción plena que atrapa al espectador y lo transporta a la sede de esa sensacional esencia que todo lo pone en marcha; la forma narrativa, el contagio escénico, el corazón ambiental, la simpatía absorbida, la acogida de los intérpretes, la osada actitud, la precipitación a ras de suelo, la pureza sobre la cuerda, el placer de yacer, el deleite del fruto logrado, la diversión de la locura, el roce del desacuerdo..., y sigue sin agotarse la inmensidad de emociones que desemboca en un único instante, 17 minutos de filmografía que dan para observar, acompañar, sonreír y sorprenderse de la testarudez de un logro que se resiste a poner fin a su actuación lograda.
La energética vida, para la estrella circense, de trabajar en el cable reflejado con encanto, sensibilidad y loable acierto, una magnífica fotografía como refuerzo de esta fábula benévola y agradable, que retrata un hecho real con la belleza copartícipe de un entregado regalo que proviene de la superación y del marcaje de una meta a donde llegar, cueste el sacrificio que cueste.
Se tiene el detalle de saludar a la audiencia y de respetarla en sus demandas, tan curtido director integra al espectador, de forma inmediata, en toda la programada vorágine, desde el principio absorbes la magia de su ilusión, la torpeza de su camino y la carambola de todas las piezas unidas para la victoriosa resolución final, cuyo sabido positivo desenlace te priva de ese misterio, tensión y excitación del vacío instante a recorrer, una y otra vez de forma desquiciada, que sería la guinda que corona tan espléndido pastel.
Ofrenda de gratitud para esa revelación pacífica, calmada y serena que no miente en el escenario, simplemente decora, con frescura, estilo y gracia, un acto épico, clandestino e ilegal de presuntuosidad artística y maravilla estética para convivir, con acento de bonita fábula amable, de anhelado mito, con el documental -Man in wire- oscarizado del mismo personaje, el primero para soñar, el segundo para informarse; música escogida con decoro para redondear este disfrutado trabajo sobre un individuo peculiar, funambulista, acróbata, malabarista y lo que se tercie o se empeñe, que logró lo que se propuso, tan sencillo y meritorio como sólo ello puede ser.
Gusta y apetece, se saborea y complace, es un simpático relato, de un espectacular acto que fantasea, ilusiona y agrada, todo ello en tono romántico y cordial; quimera humana, de tecnología punta, que desafía la gravedad.
Lo mejor; la elección narrativa, la fotografía y el inmaculado espíritu que logra hacerte partícipe.
Lo peor; el conocer su desenlace anula la deseada tensión y excitación del momento cumbre.
Nota 6,8