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    Ghost in the Shell: El alma de la máquina
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Ghost in the Shell: El alma de la máquina

    ¿Sueñan los androides de Hollywood con ovejas anime?

    por Marcos Gandía

    Más allá de la fascinación, casi hipnótica, que experimento cada vez que me introduzco (aunque igual es al contrario: ella se introduce en mi cerebro) en el abigarrado universo del anime Ghost in the Shell de 1995 (el manga confieso no haberlo leído jamás), la verdad es que nunca he entendido de qué iba. Por supuesto que eso es lo de menos, el que haya un argumento lineal, comprensible. La grandeza de esa cumbre de los dibujos animados es que no importa lo que explica sino cómo lo hace y cómo consigue llevarnos a niveles de consciencia y conciencia sitos en el alma humana y la inteligencia artificial. La Biblia del cyberpunk (más que la literatura del género u otras muestras del mismo en formato cinematográfico), Ghost in the Shell hablaba mejor y con mayor angustia de la fragilidad del cuerpo frente a la mente y a los bytes. Era casi una misión suicida pedirle a su versión en imagen real (bueno ¿discutimos lo de imagen real?) surgida del mainstream hollywoodiense una densidad y gravedad tan fuertes. Sin embargo, y por mucho que les pese a los puristas del manga y del anime, incluso a los talibanes del cine oriental, la película firmada por Rupert Sanders no resulta ninguna decepción, inscribiéndose (con un estilo visual y una creatividad conceptual de muchísima calidad) siendo capaz de tratar de tú a tú a títulos tan incontestables como Blade Runner, Robocop o la algo olvidada Días extraños de Kathryn Bigelow escrita por James Cameron (la aparición del actor Michael Wincott no es una casualidad).

    Los replicantes del film de Ridley Scott son aquí cyborgs o intentos de éstos, parias, hijos del descontento, de la represión de un futuro multinacional filofascista. Son indignados del 15-M sin memoria, o con la justa para alzarse contra el sistema, sus creadores y la idea de realidad. Una realidad que es, como en Matrix, el otro obligado referente (sobre todo en las escenas de acción) de esta Ghost in the Shell que sabe reflexionar sobre la identidad, lo artificial y lo humano (el alma en suma: su lectura teológica es menor que en el anime original, pero nada baladí). Espectacular en su formulación, con un aroma a thriller que va del corporativismo (sobre corporaciones e inmunidades diplomáticas) de Arma letal 2 al cine de Takeshi Kitano, aquí presente como actor y luciéndose en su estallido de violencia final. Y Scarlett Johansson, claro, brillante en sus dudas, en sus descubrimientos, visiones y actuaciones. Ella es la verdadera alma (nada artificial) de un film defendible pese (o tal vez por eso mismo) a su apuesta por lo palomitero.

    A favor: Kitano soltando lo de “no envíes a un conejo a atrapar a un zorro”.

    En contra: está a punto de ponerse sentimental.

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