Cambio sexual de roles para un prototipo clásico que ni alegra, ni emociona, ni complace, no sabe adornar ni amenizar, con regocijo sabroso, la tradicional tontería romántica descrita.
¡Llevo hora y cuarto de recorrido y aún espero, ya no ¡reírme! sino, simplemente, la aparición sincera y ocasional de ¡una maldita sonrisa!; recuerda, recuerda..., aguda y sagaz en su confirmada diversión es ¡lo que decía la prensa!
Verdad es que, superados los nefastos y anodinos 60 primeros minutos, parece insinuar algo interesante que expresar y un poco de contenido digno que visionar y, justamente lo hace cuando se deja de tonterías y banalidades -alabadas por la mayoría de expertos de la escritura cinematográfica- de pretensión cómica y adquiere tintes sobrios, de drama intenso, sobre la paranoia al compromiso por la herencia de un padre que le transmitió, el rechazo por la monogamia, pues ésta es ¡una completa farsa y total mentira!
Larga, excesivamente larga, sólo se aprecia con consideración la segunda parte, esos problemas de relación y convivencia cuando se superan los miedos y traumas y se da una oportunidad a la pareja hallada pero, aún así, no da para diestro material que considerar con contundencia, su muestra es floja, débil y desaborida; y tal vez sea porque, esta encantadora pareja, prototipo de real y válido amor sentido, ¡no hay por donde cogerla!, la lógica se escapa, la diversión ni asoma, el entusiasmo hace rato que se largó y, el interés sigue a la espera de una condenada escena que ¡valga la pena!
De desmadre sexual que teme querer a alguien, a novia inverosímil de un doctor con quien no comparte nada, de ahí a fuerce de ruptura para, posteriormente, arrepentirse y volver al ideal cuento de niña feliz, amansado y vendido, evidencia de pasos, para un manual de fábula, sobre bocetos de argumento romántico; sólo que, todo ello sin gracia, apetencia o estímulo alguno, sólo un cansino observar su largo caminar, de guión patoso y frases necias, con una protagonista, Amy Schumer -que ya puestos, no se ¡por qué no dirigió también!, si interpreta, escribe el guión y ¡le da su nombre al personaje!-, que aburre, desgana y ofrece un irresistible deseo de distancia de esa opresión anímica de quien, mueve ficha para llegar a ninguna parte, dado su escaso rendimiento e ínfimo fruto logrado.
El amor siempre triunfa, por encima de todo, aunque éste sea un asco y ¡no haiga quien se lo trague!, mejor asegurarse de comprar palomitas o llevar golosinas de entretenimiento porque, esta narración de hadas para principiantes incrédulos, es tan necia y lela como el mensaje que trata de impregnar en pantalla; porque, si voy a ver la fantasía de cenicienta remodelada a tiempos modernos, con problemas familiares, de autoestima y de dificultad en su entrega a la pareja, más vale que la princesa, aún no descubierta y sin anillo en el dedo -¡se busca matrimonio!, la corona es para baile de graduación y, esa historia, ¡es anterior a ésta!, que todo tiene un lugar y orden- tenga crédito suficiente para la velada entera, y que el príncipe, y su romance a la carta, sean prósperos y convincentes, y ¡nada más lejos de lo reflejado y consumido!
Insulsa experiencia de pobre vivencia que sólo, aisladamente, muestra un mínimo de tenacidad, sobriedad y consistencia para continuar su ruta por el inevitable alejamiento de un público que no duerme por educación de las formas pero que se encuentra, hace rato, en somnolencia colapsada por el alto mosqueo de un corazón harto y aislado que no halla motivación, ni interés, ni nada que permita iniciar, de nuevo, su ritmo cardíaco.
Y aquí llega la viva y dinámica escena final, cursi, inverosímil y poco apetecible dado el tiempo de denso hastío que hace rato se va acumulando, decepción genérica difícil de compensar y con la que es complicado lidiar, sulfato de agravio recibido, ingrato e inesperado, que llena de escozor y lamento la esperanza de lo nunca localizado.
"Y de repente tú", ese choque de trenes -¡trainwreck!-, que inexorablemente deben acabar en misma vía, aunque vayan por carriles diferentes, la patraña que sea con tal de unir lo inconexo y juntar las piezas con pegamento extra fuerte si lo requiere el caso; realmente esperaba divertirme, pasar un buen rato y no esta memez, de alcance inocuo, sobre la vida de una empedernida soltera jugando a ser la nueva aspirante a casamentera; sábado desperdiciado con una falsa comedia que nunca inicia despegue ni carrera, con un drama que apunta con entereza pero pierde el sentido de su marcha y, un romance como puntilla de fondo que intenta resolver, el penoso desbarajuste, con su única varita de hada madrina, que todo lo encaja y perfecciona, con el exclusivo y seductor movimiento de la mano.
Banal por optar a ser cómica, inútil por tener al abasto el sentimiento de algo sólido e intenso y distraerse con monadas de relleno insustancial y soso, se le otorga el título de transgresora por darle a ella el típico papel costumbrista del hombre; que sí, aplauso y reconocimiento por valor y osadía pero, sigues vagando por el mar de miseria que rodea a una cinta que no conecta con su público, únicamente con su ombligo y ella misma.
¡Y a toda la crítica ha encantado!, que si hábil, irreverente, ingeniosa, de hilaridad constante e inteligencia finada, ¡pues si que vamos bien!, ¡como para fiarse de lo leído la próxima vez que elija una película!
Comprobar la suscrito siempre con la visión personal de la cinta, con tu única e importante recepción subjetiva pero, en ocasiones, el precio a pagar es tan alto que, la caída de cumbre tan alta, trae consigo ¡un inevitable porrazo de narices!