Crítica de SensaCine.com para Grandes familias: Comedia a la carrera

No son demasiadas las cinematografías que aborden el tema de la familia como lo hace la tradición francesa. Disputas entre hermanos, herencias en peligro, madres delicadas y antiguas amantes que reaparecen desde la sombra de los tiempos suelen ser los elementos que, ya sea juntos y revueltos o a veces por separado, protagonizan buena parte de las comedias familiares burguesas del país vecino; y el nuevo trabajo de Jean-Paul Rappeneau cumple con todos y cada uno de los clichés asociados al género: dos familias enfrentadas, dos hermanos a la gresca y una mansión como conflicto.

Con un ritmo veloz, a la carrera, Rappenau saca músculo a sus 83 años y nos sitúa del lado Jérôme Varenne (Matthieu Amalric), el hijo pródigo que en una visita a París durante un viaje de Shangai a Londres se entera de que el antiguo caserón en Ambray en el que vivieron de pequeños se encuentra cerrado por una disputa legal. Nada más desembarcar del avión que le trae de nuevo a Europa, Varenne no parará ni un minuto (literalmente) para tratar de dar solución al embrollo inmobiliario. Por supuesto, como mandan los cánones, esa premisa es el punto de partida para un vodevil que se mueve a toda prisa y que avanza como un ágil partido de Roland Garros entre los muchos personajes que protagonizan esta ligera sátira. Todos ellos, cabe esperar, están más que correctos (Amalric, Gilles Lelouch, Marine Vacth, etc.) y saben exprimir su perfil cómico y melancólico incluso cuando la película se desvía hacia las resoluciones más obvias. En efecto, Grandes familias no va a pasar a la historia como un filme que haga trastocar los cimientos de la comedia familiar gala, pero al menos nos regala un penúltimo acto climático de enfados y persecuciones que hará las delicias de aficionados.

A favor: Su apego a los cánones de la comedia familiar.

En contra: Que en el fondo no aporte mucho a la tradición cómica francesa.