¡Toc, toc! No contestes, te harás un favor.
Micheal Douglas ya lo pagó caro por liarse con Glenn Close, en esa atracción fatal que ponía los pelos de punta y achantaba al más casto y pueril; ahora las cosas se han vuelto menos sutiles y elegantes, se ha perdido el estilo a cambio de espectáculo visual salvaje y macabro, que, con todo, no llega a ser ni la mitad de perverso y cautivador que el psicológico de la anterior.
Porque la tensión procede de la incertidumbre de la espera, el nerviosismo de la amenaza, la incógnita del golpe y no por la imitación, de un sadismo descontrolado y poco rentable, que muchos otros realizaron con mejor resultado, eficacia y arte.
Hay personas que no saben manejar el éxito, que las torpezas de sus elecciones les llevan a una vorágine de la que les resulta difícil escapar, más el añadido de una situación personal inestable que tampoco ayuda a enlazar sus trabajos con esmero y dignidad; aunque uno es actor y debe interpretar -o intentarlo- lo firmado, por estándar y estereotipado que sea, y aquí Keanu Reeve hace de Rodriguez de fin de semana, que intenta ser tan inocente e ingenuo como los de la época del cine en blanco y negro, pero la tentación llama a la puerta y su alma ayudante de boy scout sucumbe al deseo de la joven pareja, porque ya no se trata de la bella seducción de la rubia y espectacular Monroe, irresistible y cándida da igual los años que pasen, sino de un lujurioso trío de cuyo intenso revolcón ¡ya me arrepentiré más tarde!
Y ese es el juego, arrepentimiento de los pecados, pagar por las culpas, castigar por ser un chico malo y no apreciar el valor de lo que se tiene, ideal familia dichosa cuyo bienestar se pone en peligro por la posesión de una noche de frenesí, placer y locura.
Ahora, ¿es intenso lo que ofrece?, ¿hace que muerdas el anzuelo y apetezca visionar su obvio descurrir?, ¿deviene, al menos, en entretenimiento medio, válido para velada distendida y superficial?; la espera de fruto grato hace que desesperes en cantidad.
Clasificada como thriller de terror, los diálogos y sentencias compartidas son muy cutres, vulgares y necias, de hecho no se por qué tarda tanto en llegar el pecaminoso acto pues, el coqueteo sexy previo deja mucho que desear, y la parte posterior, cuando el cielo se vuelve infierno, no es muy inspiradora e interesante que digamos, es simplemente haber cuántas burradas, en cuanto a barato despropósito se le ocurran al guionista, se le antojan para esta pantomima sin apetito ni carisma que se sale por la tangente según le da la gana, para llenar el tiempo de este circo que de thriller tiene la guasa de dos dementes, con cuerpo pero sin cerebro, y de terror, el aburrimiento patético de una desfachatez de payasada, que irrita de la poca imaginación y gracia útil para presentar algo decente.
“¿Nunca has cometido un error?”, ¿actuar en esta película, tal vez?, ex glorioso matrix, ahora relegado a frustrado d.j. veinteañero/arquitecto con escasez de sexo en los cuarenta, que no parece creíble ni cuando está excitado, ni jodido ¡ni cabreado!
Exposición de escenas, lectura de frases a cual más vaga, ridícula y extenuante por el desfile gratuito de violencia garrula y mema que opina que, dos perturbadas destruyéndolo todo puede causar algún tipo de morbo, fascinación o aliciente para reparar su nulo atractivo e incentivo, velocidad de pretendida acelerada angustia que se observa con un lamento de pachorra nada deseable.
El buen samaritano que es amable con dos extrañas, en mitad de solitaria nocturnidad lluviosa -siempre lo es- necesitadas de ayuda, penoso interrogante que durante su evolución busca provocar miedo, congoja, pavor o... ¡vete tú a saber lo que se pretendía!; lo que sí se logra es una mediocridad generalizada donde, Eli Roth y su alter ego, pueden estar orgullosos y contentos del cambio de registro pues de nada a servido para satisfacción triste, de tiempo mal invertido, del personal.
Y encima, Keanu, ¡pones dinero para producir esta cinta!, ¡que no te valía con tu dejadez interpretativa!; lo dicho, hay gente que tras un tropiezo, otra mayor, para no perder hilo ni costumbre de camino.
“Toc, toc, ¿quién es? Evan el infiel” en el hogar, dulce hogar donde “veo, veo, ¿qué ves?, una cosita, ¿y qué cosita es?” una garrulada de cinta que se mueve por caóticos traspiés, “¿qué será, qué será, qué será?”, ¡papí en una fiesta genial!; será para él porque ¡qué coñazo!
Lo mejor, que su gamberrismo, más pronto que nada, acaba.
Lo peor, su eco sermonal de irresponsabilidad matrimonial
Nota 3,5