Aún lejos de poder imitar, con convicción, a Scorsese.
El administrador soberbio y rotundo de esta película es, sin duda alguna, Tom hardy, coronación de un progresivo actor que se supera a cada papel interpretado y cuya magnífica configuración, como impresionante intérprete, hace tiempo que se va perfilando para disfrute y reconocimiento unánime de un espectador encantado con su presencia pues es sinónimo de entrega, voluntad, perfección y simbiosis exquisita con el personaje que represente.
En esta ocasión, sin ser su mejor trabajo, le tenemos por partida doble; los hermano Kray, gangsters gemelos que dominaron el este de Londres de los 60 hasta caer en el infierno de su propia desgracia, desde ese alto cielo que con tanta soltura coronaron y tan espléndidamente gozaron; un Caín y Abel, tan antónimos como parecidos, cuyo amor y lealtad hacia el otro será el principio del odio y repugnancia hacia si mismos; locura veraz de relato, no tan fantástico, que atrapa tu atención por momentos e instantes, unos más poderosos/otros más endebles, pero que no pierde la apetencia de una audiencia interesada por el ojeo en el devenir auto destructivo de quien lo tenía todo, pero cuya corona de rey se fundió por el ego, simpatía y complacencia de una manera de ser y proceder marca de nacimiento de la casa.
Suculento intento de un guión desbordante, mordaz e ingenioso en su crueldad que pretende estallar en pantalla con esa adrenalina pura que conmocione, aturda y apasione; sólo que, se queda en proyecto destartalado que no hilvana con coordinación y maestría sus puntos y simplemente narra, con adecuada conveniencia, lo anticipado con facilidad hasta ese resolutivo devenir de una ciudad sin ley, pero con dueños ambivalentes, que no esperan pues “con paciencia no obtienes lo que quieres” ni deseas.
“La vida no siempre es como queremos que sea”, por ello estos parientes de cordón umbilical, intocable y perpetuo, se la construyeron a su gusto y estilo; el cabal y enamoradizo Reggie/el esquizofrénico y violento Ron, dos caras de la misma moneda que adquiere valor y apetencia por quien da vida a dichos papeles, pues su exposición y recorrido, idas, regresos y vueltas de nuevo a la ruleta trucada de la fortuna no encierra más que lo ya visto mil veces; aquí sin tanto brío, energía ni convulsión como se desea pues su fuerza narrativa se diluye, evapora y no desaparece gracias a quien da rostro a estos familiares sanguíneos, pero no por la escritura y dirección de Brian Helgeland, quien lo intenta y realiza correctamente aunque...,
..., no es un aprobado apropiado lo que se busca en estas intensas historias reales, sino la notable valentía y acierto de plasmar esa inquietante y frenética existencia con la misma pasión, ardor, alegría y miseria que sus andantes héroes caídos tuvieron el apremio, antojo y osadía de llevar a cabo.
“La reina sobrevivirá pero ¡Dios salva al resto de nosotros!”, sólo que la investida dama cae, y con su frágil majestad, todo un imperio que no salva a nadie; un adalid con puños y pistola que realmente creía que “el centro de la tierra podía ser donde tú quisieras”, pero se olvidó de la inestabilidad de un equilibrio a tres bandas, cuyo camarada de apellido estaba fuera de control y en constante lunático desquicio.
Del cielo al infierno un amor perdido, y otro que no cesa en su empeño de estropear y mancillar todo lo construido; se observa con curiosidad, que no con absorbente complejidad de fascinación hipnótica; tal vez ya van muchos relatos sobre cofrades de traje y pistola de tiempo pasado, amos incuestionables de la calle, o puede que sea la falta de garra y tino en su escritura y rodaje; lo cierto es que no llega a potencia máxima, caldea por zonas, instruye en conjunto, ameniza en redondo pero no deja de ser un comedido refrito de tiros, sangre y golpes de puño, con verdadero amor de alto coste.
Sin inspiración, sin entusiasmo, sin colmar expectativas, contenta del descubrimiento de la historia ¡sin más!; ¿bueno o malo?, hay gemelos para repartir, podemos aceptar ambas respuestas como válidas.
Lo mejor, la firme y dual interpretación de Tom Hardy.
Lo peor; la composición narrativa de una mano que tampoco mejora con la cámara al hombro.
Nota 6,3