Perdona si te llamo sopor
por Suso AiraLa vida te da sorpresas, rezaba el estribillo de aquel Pedro Navaja que cantaba la Orquesta Platería, y es verdad… lo que pasa es que la mayoría de las veces esas sorpresas son desagradables. No sé si la sorpresa que me ha deparado esta meliflua, empalagosa, conservadora y definitivamente de estampita adaptación de un best seller (que no he leído… ni leeré) adolescente de Alessandro D’Avenia es desagradable o sencillamente preocupante. ¿Qué cual es? Pues que me ha hecho valorar más positivamente el corpus literario y cinematográfico de Federico Moccia, asimismo italiano y asimismo especializado en el drama romanticón folletinesco juvenil. Todo aquello que me repateaba en los libros (que alguno he leído, no se crean ustedes) y películas de Moccia me parece ahora de una sutileza y un cursi disculpable frente a esta Blanca como la nieve, roja como la sangre.
Lo más atosigador de ella no es su almíbar desatado, sino su mensaje machacón ultracatólico (la distribuidora española del film era ya una pista en ese sentido), eso que comentaba unas líneas más arriba: ser cine de estampita con virgen/beata/santa que redime a pecador. Cine rancio al que al menos su director, el televisivo Giacomo Campiotti, intenta dotar de cierta dignidad cinéfila al, a veces (pocas), mirarse en aquel cine pío italiano de los años 50 de Alessandro Blasetti con Lea Massari o Pier Angeli. Si al menos hubiera seguido por ahí, y no por el sermón a los jóvenes de hoy sin valores (cristianos, por supuesto)… Pero no.
A favor: Que Campiotti es, aunque no lo parezca, un buen artesano.
En contra: ¿Cine de estampita a estas alturas?