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    Gett: el divorcio de Viviane Amsalem
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    Lourdes L.
    Lourdes L.

    1.858 usuarios 101 críticas Sigue sus publicaciones

    3,5
    Publicada el 12 de julio de 2015
    "¡Dame mi libertad! ¡Dame mi divorcio, por favoorrr...!; pide, grita, llora que no por más lágrimas, ruegos o lamentos éste te será concedido, lloros que no llegan al corazón de quienes no tienen consideración por tu persona.
    Como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer, se nos presenta este terco y rudo marido, de pocas palabras pero puño firme, que no permite dar rienda a la petición de divorcio de su adueñada esposa, una estéril sala de juicio, dos mesas, un abogado para cada parte y los testigos correspondientes, más una condenada esposa que suplica por su libertad ante un tribunal que la ridiculiza dando vueltas, rondando el tiempo y alargando este inmerecido infierno, de petición oída pero ni escuchada ni atendida, hasta los siglos de la paciencia y el colmo de la saciedad.
    "La vida de todo hombre está en juicio" pero, he aquí el ensañamiento contra la voluntad de una atrevida mujer, valiente e inteligente, que lucha con todas sus fuerzas, y desespero, por su respeto y dignidad, un agónico levantar la voz que procede de una tortura emocional que se implora acabe.
    "¿Se puede vivir con alguien que no te ama?" Si, cuando, tu mayor afán es ese deseo colérico de conservar tu poder, tu atadura, de prohibirle tener una existencia propia a tu pareja, al margen de tu manejo y control, amor mancillado vuelto aversión y rabia ante la posibilidad de avance, de estar con otro, posesión que no se cede, dominio que se amarra y no se suelta pues lo único que queda es esa cuerda de la que no se desprende ya que, tras ello, sólo queda un vacío torrencial, hueco de soledad que es mucho peor que el desprecio y el odio pues, en la nada sentimental no hay compañía, sólo aturdimiento y miedo de estar uno consigo mismo en su amarga y triste penumbra.
    "Armonía doméstica, es todo lo que importa", sentencia ejemplo de los derroteros por los que se mueve el tribunal y su loco interrogatorio, un caótico proceder sin pies ni cabeza ni ley que les ampare, excepto el trono altivo de empuñadura de hierro del hombre que maneja y deshace a su anhelo, voluntad y gusto, un inagotable y exasperante pasar meses y citas, más meses y demandas que siguen sin ser atendidas por una risotada de procedimiento que irrita y enloquece.
    Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz realizan un trabajo espléndido, meticuloso y devorador cuya adrenalina va, lentamente en aumento, cuyo interés se capta al instante para no ser excarcelado hasta final de esa requerida y necesaria sentencia para esta austera y sencilla, intensa y penetrante, loable y efectiva representación suprema de una prisión mortífera cuyo carcelero no está dispuesto a entregar las llaves ni abrir las puertas para que pueda salir y respirar, por si sola, de un eterno e inmerecido castigo, esta orgullosa y altiva agredida víctima que no descansará ni cesará en su empeño de libertad.
    Una fabulosa, Ronit Elkabetz, también como actriz protagonista, exquisita figura de manos atadas y palabra ignorada, ardiente inutilidad que desquicia y maltrata el alma, genial serenidad puesta a prueba artífice de toda tu empatía, amparo y defensa, emoción contenida y despropósito con mayúsculas por el que se mueve este sabio guión -obra del fantástico dueto mencionado-, realista, humano y demoledor, de hábil texto, básico e irrascible, doliente en su manifiesta estancia cómoda y relajada, reflejo fiel de la impotencia más agria y dura que se pueda imponer a una mujer, de carácter moral, que se conoce, que demanda y solicita un futuro mejor.
    Cortante impresión que eclipsa toda tu esencia, absurdo planteamiento de un veraz escenario que te traslada a tiempos remotos de un presente muy actual y vívido, repugnancia devastadora que desconsuela y hiela al tiempo pues, su desfachatez, provoca una tímida sonrisa, de humor agrio, ante la charanga expresada que, inmediatamente es interrumpida ante el delirio y disparate de lo compuesto y ofrecido.
    Tensa, conmovedora, feroz en su dictatorial pasividad brilla por sí misma, requerida urgencia que se toma su espaciado tiempo para frustración y locura de todos en una tierra, Israel, que aporta ese toque social, exclusivo y particular, de sus maneras de resolver y aplicar, educadamente despiadada se mueve en un único escenario de incesante noria que repite movimientos sin avance ni resolución, como loro pesado que espera que, la presente, desista de su requerimiento y decisión.
    Estar casada, sinónimo de obedecer y callar, potente muestra de una actualidad cercana que utiliza la simpleza de las formas, la dureza de los diálogos, la contención de los silencios, el dictamen de las miradas, la vergüenza de los mandatos para exhibir una injusticia legal que premia al verdugo y castiga a la víctima, rígida batalla, cortante, seca, tirante y atroz por la falleciente espera, el doliente compás y la inagotable repetición de un circo donde se pretende domar y poner en cintura a la osada mujer que reclama derechos y ser dueña de su propia vida.
    Disfruta de este molesto llamar, impertinente y cañonero, al amor propio, incordio incesante por la honra, irritante solicitud de dignidad, saborea su cargante fastidio, goza de su resquebrajarse, aguante la llegada de su solucionar pues nunca una mujer armó tanto revuelo al querer caminar sola, por su válido y capaz pie de andadura segura y estable.
    "La libertad, Sancho, es uno de los mayores dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que la tierra encierra y el mar encumbre; por libertad, así como por la honra, se puede aventurar la vida; por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres" Miguel de Cervantes.
    Gett, la dura, áspera e incansable petición de libertad de Viviane Amsalem.
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