Nunca fue tan difícil y arriesgado sacar ¡a un muerto de un pozo!, interminable odisea, que intenta llevarse a cabo con humor e ingenio, sin perder el coraje y la valentía de seguir camino, esperanza de un pequeño gesto que arregle el día a día de la gente presente, relegando, todo lo demás, a otro lugar pues sólo existe el aquí y ahora.
Y mientras tanto, surgen relaciones personales, de amistad, de amor, compañerismo o necesidad, según el momento y tiempo, y aparecen vacas, muchas vacas, vacas trampa, vacas bomba, vacas guía que ayudan a superar los elementos, vacas salvadoras..., todo un despropósito, toda una hazaña de aventura donde "..., hay que elegir, ¡bandera o cuerda!", y ellos están por lo segundo ya que, su prioridad es recuperar el aludido pozo para proporcionar agua al pueblo, la bandera, su color, insignia o nacionalidad poco les importa, ayudan a gente, indefensa in extremis, maltratada por unos/usada por otros, y siempre en medio de la nada, inundados de pobreza y rodeados de miseria.
Un saneamiento de emergencia complicado por un protocolo que, evitando conflictos y respetando los tratados, deja abandonados, a su suerte, a los más precisados, desamparados y olvidados por todos, que a nadie importan excepto a ellos.
Preocuparse por vidas ajenas que en un segundo pasan a ser de la familia, desconocidos queridos que se vuelven lo más importante, ese laureado objetivo que, a cada minuto, se vuelve más imposible y cabezota pues empeño no les falta y, de fuerza de voluntad, ¡van de sobra!
Y la vida continua, y los obstáculos no se acaban, sufrimiento por doquier, supervivencia al límite que halla el modo de resolver el percance pues no se puede esperar, nadie puede parar, es urgente avanzar, sea como sea.
Fernando León de Aranoa presenta un relato sencillo y discreto, de gran contenido humanitario, con dos conocidos actores, Benicio del Toro y Tim Robbins, en estupenda y armónica pareja, como titulares de una avanzadilla que se abre paso con apoyo o por cuenta propia.
Drama y comedia, sin exagerar ninguna de ellas -también sin definirse por una u otra-, conviven con naturalidad y conveniencia en este retrato veraz, sereno e íntegro, de espléndida caracterízación y lograda localización, de las misiones de ayuda humanitaria en países de guerra; invitado como testigo de lujo, el espectador acompaña a estos dos ilustres y currados cooperantes-hidalgos por su calamidad de ruta llena de imprevistos, alegría, desgracias e innumerables percances por igual.
Su gran acierto es la destreza y sabiduría de sus dos protagonistas para llevar a cabo la conducción y ganarse el cariño y respeto de la audiencia, más la autenticidad de una historia y su meticulosa dirección que, sin grandes contratiempos, pero con mucha labor y esfuerzo, te acerca a la vivencia de este lejano mundo de protección y asistencia del que se suele saber por telediarios o prensa, oportunidad de formar parte de su unidad, de su loca camadería y de una subsistencia que aporta tantos beneficios y lloros, éxitos y fracasos que ¡hay dónde elegir!
Vínculos emocionales que atan, duelen y obligan por una conciencia reiterativa en su devoción por socorrer y mejorar a quien sea, cuando lo solicite.
Su lastre es la ausencia de implicación y complicidad para con el guión, pues su grata compañía, no acaba de cuajar con intensidad ni plenitud al consumir su argumento, su mezcolanza de sentimientos varios y estados emocionales discontinuos deja un recuerdo suave, querido y aceptable pero de reseña distante, corazón relajado y alma poco afectada, ser parte de su expedición e ir junto a ellos en su destartalado vehículo no consigue que rías, no acaba de hacer gracia, tampoco logra que llores o te unas con convicción a su mensaje de andadura.
Es un simple dejarse conducir y guiar por su modestia y templanza donde se añora mayor garra y nervio y, donde se lamenta que León de Aranoa haya sido tan prudente y moderado en su escrito pues, fondo y reserva para mayor carácter y genio tenía, sin embargo, se conforma con tenues y maleables dosis que narran, pero ni marcan ni dejan huella.
Un día perfecto, de carambolas entretenidas pero falto de personalidad y consistencia, su temperamento no alcanza decibelios de solidez y arrebato, únicamente tersura de talante que agrada, pero no despierta reflexión sobre la misma.
Dócil observar de manso recuerdo; sales contento, que no convencido.
Posdata..., tampoco puede decirse que su gran pericia fuera ¡la elección de los temas musicales!