Necesito una película romántica que me compense de tanto agravio sufrido últimamente, de modo que rauda acudo al encuentro con Adaline y..., ¿qué clase de rancia inmortal eres tú, cuyo tormento ni siquiera sabes sufrir como debes?, pues al igual que ésta tiene miedo de enamorarse, evita comprometerse por no poder tener una vida a pesar de contar con infinitud de años por delante, la película esquiva profundizar en su propia historia, no se atreve a indagar en todas sus posibilidades y anhelos, únicamente logra caldear el ambiente con suavidad y decoro, corrección y elegancia pero sin pasión o ebullición, efervescencia o frenesí, ya sea ascendente o según la línea de su hermana contraria, lo cual denota falta de confianza en si misma.
En primer lugar, la explicación de ostentación científica que le lleva a la situación que todos conocemos de antemano ¿necesaria? No, la verdad, como si quiere venir Starman y pasarle ¡el testigo de su experiencia!, queremos los sentimientos, la chispa de una vida sin descanso, tregua, ni fin, los pormenores y sinsabores de una soledad perpetua y oculta al estar siempre rodeada de personas nuevas y hechos deslumbrantes que no impresionan sino cargan una maleta angosta, pesada cuyo lastre también arrebata todas sus esperanzas y optimismo de poder compartir su vida con alguien.
Pero, bueno, aceptemos este toque altivo de descripción erudita y vayamos a lo importante, ¿y?..., nos encontramos con un desfile fino, delicado y sutil, de gente guapa con porte exquisito, buenas maneras de gestos formales que apenas tienen sangre en las venas, ni ardor en su corazón pues sólo así se explica que este último amor, por el que arriesgar todo lo escondido hasta el momento, sea tan leve, apacible y raso.
Adecuada Blake Lively, que medita más que actúa, que pretende más que ofrece, a la par le sigue Michiel Huisman, enamorado caballero andante por quien adentrarse en una vida sin límite, quien parece acompañante feliz en su santa ignorancia y, un absorbente Harrison Ford que parece ponerle morbo y adrenalina a lo que, hasta entonces era llanura de pasos adecuados, sin matiz, ni salsa, pero a quien su guión no le da margen ni le permite osar ir más allá de la primera estrofa.
"Déjalo ir...", frase con segundas intenciones/inicio de conexión del romance que debe mantener la velada a temperatura cálida pero que, sorprendentemente es la norma no escrita ni dicha por la cual se mueve este argumento, un primer contacto oportuno y adecuado para no ahondar ni reflexionar más sobre ello y, simplemente, eso, dejarlo ir.
"¿La quieres? Si ¿Cómo lo sabes? Porque sin ella nada tiene sentido", mismo nulo sentido que pretender un relato romántico a lo Nicholas Sparks, con tintes de tiempo interestelar inexplicable, y quedarte varado ¡ya no a medio camino! sino a principio de una imaginación que se secó rapidamente y tuvo que recurrir a la belleza del vestido y la distinción de la puesta en escena a ver si distraían y ensimismaban lo que el exiguo, menudo y parco relato había olvidado integrar entre sus apropiadas y oportunas líneas.
Vacío sensitivo a la espera de ser despertado de su letargo, sensibilidad que observa pero ve perdidas sus ansias de coger velocidad y autopista, espíritu expectante que se irrita ante tanta formalidad sin arrebato, vivacidad o ingenio para alentar su seguida con devoción atónita; ¿qué hago?, se pregunta el corazón, ¿fingir entusiasmo?
Lee Toland Krieger, no te se puede achacar haberlo hecho mal pero, tampoco consigues el voto de un vidente que se acomoda en la butaca sin sentir presión, revoltijo, ni nada sólo calma diablesca, para nada bendita, que es errónea e inaceptable pues si todo el sentimiento que eres capaz de mostrar ,ante tanta tortura emotiva, es ¡lo visto!..., la Cenicienta le dal mil vueltas en su lujoso baile donde dejará, al inolvidable príncipe, su eterno zapato en mano.
Acá, lo recordable es la pobreza emocional, la convulsión vacua, la odiosa templanza con la que todo ocurre, la ausente sacudida con la que transcurren los hechos, todo por falta de atrevimiento, por no aumentar el fuego, darle más revoluciones y que todo arda en ese seductor enredo del infierno donde todo sube de decibelios, explota y, tras la tormenta, viene la calma que todo lo relaja, apacigua y coloca en su sitio.
Seguridad, determinación y creencia en uno mismo, ingredientes que olvidaste comprobar antes de embarcarte en este viaje que alcanza fuelle ligero, plácido y grato pero, a todas luces, nimio e insuficiente; tanta edad y experiencia de nada te han servido para aportar empuje, fuerza y brío y asi, acercarte a contentar al espectador o asistente.
"Tantos años vividos y nunca has tenido una vida", hay que empezar por saber qué grado de vida se quiere contar y tener; aquí, la susodicha, ilusiona y promete pero se estrella contra su propio techo de cristal, el cual no sabe romper ni superar.