“La verdad es como la poesía, y a nadie le gusta la poesía”, prefieren la felicidad de la mentira.
No me he enterado ¡de nada!, o ¡casi nada!, para ser sincera; después de tanto baile de personajes y parloteo incesante, únicamente se lo que ya sabía, que hubo una burbuja inmobilaria y de ahí una crisis financiera, donde el capitalismo se tambaleó y los ciudadanos de a pie sufrieron las consecuencias.
Porque aquí, quién es el bueno o el malo, quién invierte en qué y para qué, quién gana o pierde es algo que se te escapa, que intuyes por encima, muy ligeramente, más por lo ya sabido de antemano que por la información aportada por un argumento que no niego estará confeccionado para que, ignorantes como la presente que escribe, con su fabricado vocabulario y buscadas artimañas, entiendan fácilmente lo sucedido a tan gran escala pero, honestamente salgo con la misma percepción, aclaración y entendimiento que ya poseía; es decir, lo justo para saber que listos ambiciosos, lejanos al ciudadano, utilizaron su dinero y condición inconsciente para enriquecerse y enviar al cliente al paredón de una mísera vida llena de deudas.
Actores de renombre, situaciones alocadas y tensas, velocidad escénica, descubrimiento vespertino de oportunidad lucrativa, ambición desmesurada, procedimientos incorrectos, ilegalidad al servicio personal, ser el avispado que da el primer paso, adelantarse a la hecatombe para beneficio de la colectiva catástrofe, actos desmedidos etc, etc, etc, pero no estás más lustrada de lo ocurrido de lo que ya estabas y, respecto la valuada cinta, que tantos halagos y aplausos ha recibido, y respecto su función de plasmar tan agónicos hechos cercanos a todos nosotros, de los que claramente salimos afectados, es un visionar gratuito y bastante estéril donde sigues sus pasos, atiendes a sus palabras, digieres sus hechos, acompañas fidedignamente a sus participantes, te trasladas de visionario calculador a charlatán presumido, de confundido veterano a incrédulo novato, de creyente a oportunista y..., ¡que me aspen si le captas la jugada!, si aprendes algo nuevo del fraude ofertado y de la ruina ocurrida.
Quién no parezca un defraudador egoísta en busca del beneficio propio que levante la mano, quién no luzca caradura loco por sacar tajada de la estafa hallada que diga presente, quién de la audiencia no se sienta aludido por prestar, con confianza, su dinero a no se sabe qué tipo de agudos ladrones, a los cuales en su día tampoco interrogó por no parecer pardillo, que respire pues sigue siendo ese confiado inocente que se cree a salvo y que volverá a caer cuando la historia se repita, que se repetirá.
Quién no opine que la película es acelerada, densa, con excesiva información apenas digerida, con alternancias poco sugestivas que se pierden en su frenético ritmo, con dejadez sugestiva por parte de un público estimulado que quiere saber, entender, estar al tanto pero queda rezagado y siempre a la cola del pelotón de cabeza que domina la carrera, a ese entendido ¡enhorabuena!, yo siento haber perdido esta gran apuesta, que ni siquiera fue idea mía, pero me la vendieron como un colofón de peliculón, imprescindible y enriquecedora de consumir y ver.
Escrita, dirigida e interpretada con maestría, realizada para sabios entendedores de tanto tecnicismo, mientras el resto permanece en la sombra de lo incomprensible; sin desdeñarla ni hacerle ningún feo, carece de todo interés o incentivo, para profesores de economía y aficionados del mundo bursátil genial, para el espectador medio un caos de atropellada verborrea y narración desconcertante que no aclara, es más, confunde.
La gran apuesta, gana la casa; malograda para una concurrencia que observa en babia mientras no se entera de ¡nada!, o ¡casi nada!, para ser sincera.
Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling y Brad Pitt, un gusto verles, lástima de la ineficacia de todo ello.
Lo mejor; las perspectivas de su contenido y calidad de los actores intervinientes.
Lo peor; su turbación reflexiva, por una exposición de precipitado desorden receptivo.
Nota 5,7