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    La gran apuesta
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    La gran apuesta

    Jugando con el dinero de los demás

    por Israel Paredes

    Puede, o no, extrañar que tras la dirección de La gran apuesta se encuentre Adam McKay, encargado de la realización de películas como El reportero: La leyenda de Ron Burgundy, Hermanos por pelotas o Los otros dos; pero lo cierto es que tiene hasta coherencia: el absurdo y el disparate de aquellas se encuentra de principio a fin en su nueva película. La diferencia se encuentra quizá en el “tema”, mucho más serio en La gran apuesta, también en la ambición del proyecto, mucho mayor que en ellas. En cualquier caso, McKay ha conseguido una película en la que su sentido de la comedia se da la mano con una mirada muy negra, bastante más seria de lo que parece, para construir una enorme farsa que, por desgracia, fue muy real.

    Si Martin Scorsese decidió en El lobo de Wall Street, quizá la película con la que se comparará La gran apuesta, crear una ópera bufa para narrar unos sucesos que incluso en su base real parecían increíbles, McKay ha operado de una manera casi parecida: mediante varios grupos que intentaron “apostar” contra los bancos, haciéndolo e incluso consiguiéndolo, otra cosa es el precio para los demás, crea una película abierta en varias direcciones que convergen no en un plano argumental pero sí contextual, dando sentido al todo, y a las partes, para mostrar una maraña narrativa, en la ficción, que no es otra que la que sucedió en los despachos de los bancos y de Wall Street. McKay ha querido, y conseguido, mostrar no sólo unos acontecimientos, también lo complicado que resulta entender los términos económicos, las maniobras que se realizan mientras, el resto de mortales, no nos enteramos de casi nada. De ahí esos diálogos que acaban desquiciando por ser prácticamente ilegibles, por su rapidez, por los términos tratados. Y, entonces, de alguna manera, entendemos algunos de los motivos por los cuales pasa lo que pasa. Otros son más simples: la falta de escrúpulos de algunos que se esconden tras la jerga, tras los resquicios legales. En La gran apuesta, queda más que patente gran parte de lo anterior.

    Y ese absurdo cómico que, con mejores o peores logros, presidía las comedias de McKay aparece con toda su potencia para crear una magnífica dialéctica: uno puede pensar en que todo está exagerado; y sin embargo, sabe, o presiente, que no es así. Arropado por un conjunto de actores excelentes, la película resulta apasionante, tristemente apasionante, gracias al ritmo cinematográfico que ocasiona que La gran apuesta nos conduzca de principio a fin sin apenas paradas. Siempre ocurre algo, hay escasos momentos para respirar. Agobia en muchos sentidos. Y eso puede molestar a algunos espectadores que busquen una reflexión más meditada, conceptos más claros, una exposición más detenida. Pero McKay se ha propuesto, y creemos que acertadamente, imponer ante todo una idea contextual, de tono y de atmósfera, que transmita que aquel momento que produjo la actual crisis era, de manera clara, una puta locura. Tan genial como caprichoso resultan las explicaciones de términos económicos por Selena Gomez o Margot Robbie, inserciones en medio de la acción que pueden parecer no venir a cuenta, pero introducen un contrapunto cómico, de un cinismo evidente, que amplía el sentido de la propuesta.

    No es La gran apuesta, evidentemente, un tratado económico, aunque en algunos elementos se acerca a ello. Es una ficción que apuesta por un motor narrativo cómico pero profundamente agrio y triste, asentado en el desquiciamiento formal, voluntario, pero legible, y un guión ágil y complejo, que sigue cronológicamente unos sucesos a los que acompañan insertos de imágenes de archivo que sirven para dar a la ficción de mayor solidez.

    La película de McKay está planteada, además, para posicionar al espectador, no tanto con respecto a lo que cuenta como a la manera en que lo representa visualmente. Pero se trata de una de las más salvajes y agresivas películas sobre la crisis, sobre sus causas y sus consecuencias. Una película que toma abiertamente partido y ataca a quienes tiene que atacar, mostrando un conjunto de personajes que, incluso los mejores, resultan de alguna manera despreciables. Porque fueron parte de lo que fueron parte. Y como recuerda el final de la película, ahí están muchos de ellos, rescatados económicamente y sin pagar por lo que hicieron. Quienes pagaron por ello, ya sabemos quiénes fueron.

    Lo mejor: Todos los actores y la decisión de McKay de narrar el sinsentido de una manera abiertamente desquiciante. Y su claro posicionamiento.

    Lo peor: Que todo lo que cuenta, de una manera u otra, sucedió de verdad.

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