Regreso al mundo perdido
por Carlos LosillaA partir de un cierto momento de su metraje, esta nueva entrega de la saga Phantasm, inaugurada por Don Coscarelli en 1979, se encierra en un espacio angosto y oscuro donde los personajes libran una extraña batalla. En otro punto del relato, sin embargo, se alude al 11-S, vemos el desmoronamiento de las Torres Gemelas y todo ello culmina en una nueva variante de ese discurso apocalíptico con el que tan familiarizados empezamos a estar. Del detalle minúsculo a la visión de conjunto, de la intimidad de la propia saga a la cruel realidad que acecha en el exterior, la ópera prima de David Hartman, coescrita con Coscarelli, quiere atisbar múltiples registros. Pero hay que estar atentos: ese plano de las Torres Gemelas aparece presidido por la célebre bola mortífera que ha protagonizado todos los episodios de la serie, convertida ahora en gigantesca amenaza. En otras palabras, la nueva realidad es descendiente directa de una ficción inquietante que poco a poco se ha ido apoderando del relato global, trátese de Phantasm, de Star Wars o de Twin Peaks…
En esta ocasión, el incansable Reggie va en busca de Mike cuando se topa con una misteriosa muchacha y, en fin, de nuevo con el invencible Hombre Alto. Hay algo de cuento familiar en esta sucesión de películas, y también de suspicaz testimonio del paso del tiempo. Reggie Bannister y A. Michael Baldwin, los entonces jóvenes actores que aparecían en la primera entrega, por mucho que uno lo fuera más que el otro, han envejecido y arrastran sus cuerpos maleados por una mezcla absurda entre la serie B clásica y el horror posmoderno. Si aquella película constituía una parábola sobre el acceso a la edad adulta, sobre el inicio de la vida entendida como eterna lucha de contrarios, ahora se percibe un cierto cansancio en la mirada, y una extrema dificultad por conseguir una historia que contar. De hecho, las volutas narrativas típicas de la serie se convierten aquí en un laberinto desquiciado: Reggie está en un manicomio, pero a la vez en una carretera solitaria, y también en ese edificio tenebroso cuyos pasillos y puertas lo devuelven de nuevo al manicomio. Mike es a un tiempo el amigo que quiere ayudar a Reggie a conservar la cordura y el compinche que no le permite abandonar el combate. Y Hartman visualiza todo eso a través de planos y contraplanos que abren y cierran determinadas escenas con un juego de espejos: el plano tiene lugar en la casa y el contraplano en el manicomio, o viceversa. Phantasm V: Ravager reflexiona, quizá sin pretenderlo, sobre el inevitable cansancio de los imaginarios narrativos y su conversión en un círculo infernal que siempre devuelve al inicio.
Es la primera vez que Coscarelli no capitanea su propio invento, no se pone al frente de la dirección. Y también estamos ante el primer Phantasm del siglo XXI, casi veinte años después de la cuarta parte. Hartman tiene que luchar contra ese recuerdo y también contra un presupuesto exiguo, que a la vez supone el mayor atractivo y la mayor limitación de la película. Como siempre, el guión pretende suplir esas carencias con una estructura de cajas chinas que se niega constantemente a sí misma. Por una parte, todo es una pesadilla, el sueño de un loco, como si nos encontráramos en los entresijos de El gabinete del doctor Caligari, uno de los referentes siempre ocultos de la saga. Por otra, ese Reggie que aparece al principio en pleno desierto, solo y abandonado, es también el espíritu renovador de Coscarelli, ahora ahogado en un terreno que no es el suyo y que ni siquiera puede comandar. Como resultado, la película va dando bandazos, camufla su insuficiencia con giros narrativos cada vez menos ágiles. Pero también persiste en conservar ese espíritu de la primera aventura y, aunque sea magullada y maltrecha, su sombra logra tintinear más allá de decorados insípidos y remontajes demasiado visibles.
A favor: En ella resuenan los ecos de las demás películas, y de una manera no solo nostálgica...
En contra: Tan ambiciosa como es en la creación de universos y estructuras, le falta una mayor ambición a la hora de dotarlas de verdadero misterio.