¡Cómo me duele escribir esto!, soporífera, durmiente, mortecina en asfixiante y equilibrado cuentagotas, tranquila hasta desfallecer y provocar la muerte perceptiva, cognitiva y emocional y reconozco el aviso, en esta ocasión irónico, de su título y admito mi confesable culpa pues devota del cine japonés, de su exquisitez para las formas, pausa para la emocionante respiración, armonía para los gestos, delicadeza para las escogidas palabras etc. etc. etc., esperaba con placer y ansia el disfrute de estas supuestas, erróneamente por anticipación propia, aguas deliciosas de tranquilidad suprema y sabrosa, y sí, son tranquilas pero ¡es increíble como el mismo adjetivo puede expresar dos sentimientos tan antagónicos! pues, este apacible recorrido por la vida de dos jóvenes que están descubriendo la vida, la muerte, la amistad y cariño de la familia aburre, agota, enmudece tu espíritu por ausencia de todo/presencia de nada y detiene tu ritmo cardíaco por aburrido.
Quieres que te guste por su belleza estética, anhelas la provocación de un gusto que no hay manera de encontrar, deseas que sea suficiente el atractivo de su fotografía, exploras su serenidad de andadura intentando hallar la motivación que te se escapa, ese interés que no hay forma de mantener y retener pues quiere huir a tierra de distintas aguas que tengan algo más de contenido suculento e interior alentador y no sólo una cristalina, pero vacia presencia de un día a día, tradición, costumbres, creencia y metafísica barruntado con mérito tan nimio, de cautiverio cero, que sólo hallas desesperación por las inesperadas y anonadadas emociones que surgen sin control de tu ser más defraudado/menos satisfecho y que te mantienen en una desgana, distancia y pasotismo de juzgado de guardia.
Difícil que contente a nadie por mucha nota y peloteo que se escriba sobre ella ya que, si sólo alimentas la mirada y el resto de los sentidos están famélicos por la escasez de cualquier tipo de nutriente que les de oxígeno, vitalidad y energía para funcionar ¡dime tú qué hacemos!
Desilusión y decepción que pesan como una losa que golpea a traición pues, realmente, esperaba haber hallado una de esas pequeñas joyas niponas de minimalismo excelso y gratitud desbordante, sin embargo, aquí estoy desahogando una frustración que, sinceramente, ha hecho daño, 110 largos minutos de inagotable esperanza al pie del cañón que susurraba constantemente no-va-a-mejorar, no-insistas, no-hay-más-que-un-cargante-observar-sin-beneficio-al-final-del-camino; estos dos jóvenes actores son incapaces de transmitir nada, los diálogos son fofos e inapetentes, la historia incompetente en cuanto a encanto, seducción o enganche y, ese lento y pausado paso del tiempo, que debería ser fantástico y sabroso, se vuelve tortura esclava de un optimismo engañoso que me insiste, con alevosía viciosa, que-la-historia-siempre-puede-mejorar, que-hay-que-darle-una-oportunidad.
Patata cruda que se olvidaron de cocinar y condimentar, habla sin tono ni perspicacia que, Naomi Kawase, no sabe abanderar con arte diestro ya que cuida la cosmética y estética decorativa con delicadeza y precisión pero, deja en el olvido al resto de integrantes del guión siendo increíble que ¡un canto a la vida y el amor resulte ser de tal tostón!
Interminable melancolía que presume de sabiduría espiritual y una trascendencia que se podía ahorrar pues sus efectos son dañinos, contraproducentes ante una inspiración mermada/poco trabajada que molesta por su beatitud inepta y que hiere el alma al devastar tu ilusión más soñada.
Lo dicho, soporífera, ¡ya no me duele tanto escribirlo!