¿Debe Walt Disney Studios Replantear Su Futuro?
Disney preside en el panorama fílmico actual en cuanto a dinero y arte se refiere. La compañía fundada por Walt Disney y Ub Iwerks disfruta de los estudios cinematográficos con mayor rentabilidad en el mercado, los cuales son propietarios de franquicias retributivas tales como “Star Wars”, “Indiana Jones”, cada una de las obras de Pixar Animation Studios y el universo al completo de Marvel Comics. Es inaudito el monto de dinero que recauda periódicamente con cada una de sus proposiciones, bien sean originales, aquellas que apelan a la imaginación sin esgrimir en antecedentes creativos, o reediciones, producciones audiovisuales que reproducen el hilo narrativo, la atmosfera en que se desarrolla el relato, algunos personajes e inclusive melodías preexistentes, en este caso, de los irreproducibles clásicos animados. Para una persona que ama y comprende la sustancia del cine, es infamante y enervante luquear cómo el mundo del celuloide no está siendo manejado por artistas creativos, sino por administradores financieros y contadores que dictaminan producciones artificiales a costa de designios taquilleros, aparcando lo que por cine se debe entender. Un arquetipo de esto es el remiso hibrido anteriormente señalado, etimológicamente denominado live-action (acción en carne y hueso). La avaricia de los ejecutivos hollywoodenses es irrisoria, avidez disimulada descaradamente bajo la sombra de hipotéticos homenajes o reinvenciones para la audiencia del último siglo, quienes no han tenido la posibilidad de familiarizarse con los simpáticos e intransformables personajes y relatos animados. Sin embargo, tampoco podemos declarar que los largometrajes live action presentados sean puramente una escapatoria para concebir dinero, este es el propósito de fondo, los conejillos de Indias de años anteriores han salido medianamente bien librados. Entonces, es aquí en donde el inapelable cuestionamiento emerge ¿Vale la pena pasar inadvertidas las ansias crematísticas de Disney si solo si permanece ofreciendo producciones audiovisuales íntegramente efectuadas, aun si continúan sainando a la plaga productora de las carencias creativas en la actualidad? Juzguen ustedes.
La última presa del atolladero imaginativo es “Beauty and the Beast”, la primera cinta de Disney en estar nominada en seis categorías diferentes en los Premios de la Academia, de las cuales cobraron dos galardones con referencia a su imborrable banda sonora. La reinterpretación del cuento de un príncipe transfigurado en bestia a causa de su arrogante engreimiento y su correspondiente enredo novelero con una aldeana que arriba a su castillo para rescatar a su padre es, examinando la enorme expectación construida meses atrás, un artilugio moderno artísticamente anfractuoso, en donde se cumple el objetivo de evocar la fenomenal fuente de inspiración, al tiempo que elabora historias más completas y motivaciones más verosímiles, pero valiéndose de un calco casi integral, un cadena punto a punto de reproducción. Amén de un patente recado de empoderamiento femenino, una injustificada zaragata por el primer personaje declarado homosexual de la compañía y un entorno tan prolijo como magnifico, pero luce como si la narrativa estuviera en agraz, no del todo madura para presentar al público, y no me refiero al cuento en sí, puesto que ya lo conocemos a cabalidad, lo digo por la falta de autonomía con la historia base. Ciertamente, el viaje no es del todo disfrutable y en muchos aspectos no consigue lo prometido, tristemente, como producto independiente, el filme menos redondo de la saga de acción real de la compañía.
William “Bill” Condon, director de “Dreamgirls” y “Mr. Holmes”, hace lo que puede con los avíos en su propiedad. Hemos tenido el placer de conocer las aptitudes del señor Condon en filmes agudamente humanos, cintas con las que el realizador expuso su ojo sensible para retratar fabulas con un peana dramática. El director hará que el encanto de hace algunos años resurja con fugacidad en planos que son casi emulados, no más que alterados por los indescriptibles adelantos tecnológicos, no obstante, parece que la auténtica magia aguarda en lo adorable de su animación. Son la escena del baile, el musical ‘Be Our Guest’ y el episodio terminal quienes estimularan el despertar de memorias sustentadas por el amor no-ideal y la belleza interior, además las gratificantes mínimas variaciones a la banda sonora ayudaran a que los más fanáticos de la obra se sientan en pleno 1991. Esa inmoderada fidelidad le permite tocar la gloria pero también el malogro. Se siente yerta y monótona la recreación con menos sabor en la mayoría de circunstancias, tal vez, les hubiera venido mejor alejarse del material original un poco más, como lo hizo Christophe Gans con su tétrica adaptación.
En cuanto a lo visual, tenían entre manos un quehacer trabajoso y espinoso, levantar con acierto Villeneuve, el lúgubre palacio de la Bestia o la taberna en donde LeFoe adula a Gaston con una canción o confeccionar con extremada delicadeza el atavió de los personajes no era nada sencillo. El proceso de producción es objetivamente su especialidad, teniendo en mente los estándares narrativos planteados con anterioridad. Aunque el estilo rococó, las animaciones mediante CGI y los vestuarios y maquillajes son favorecedores, ese golpe demasiado sombrío sobresaliente en el tercer acto no es ni grato ni tampoco requerido. Menos mal, tal atenuación cromática no desprestigia el despampanante vestido amarillo de Bella, el diseño de los sets, sus personajes animados o a Emma Watson homenajeando a “Mary Poppins” con su despliegue musical. Hermosos cuadros.
Si en los aspectos gráficos tenían óptimos desafíos, musicalmente era prácticamente imposible que lograran aunque sea una infinitesimal superación, y efectivamente, imposible es imposible. Pese a que el compositor original (Alan Menken) volvió a prestar sus servicios, ninguna de sus nuevas piezas son del todo predominantes, empero, la interpretación del clásico musical en las voces de Ariana Grande y John Legend rememoran la belleza melódica de la original.
El clásico seguirá siendo clásico, pero el que sería un clásico moderno sea queda corto en alma. Su extenuante duración, la sobrevalorización de Watson, el CGI en el rostro de Bestia de dudosa credibilidad, la exagerada oscuridad en el tercer acto y unas nuevas canciones que no dan ni quitan dificultan los metas de Disney por perdurar en su racha ganadora. He evaluado el filme tomando como referencia el original, puesto que aunque no querían ni alterar ni rebasar a la fuente de inspiración, su intento se queda en una reinterpretación laxa, como si Condon y su equipo quisieran dibujar cuadro a cuadro con hermosos elementos que no encuentran quien les de brillo, y aunque en cuestión de adaptaciones, la respetuosa semejanza es lo que debe primar, aquí, carecen de encanto. “Beauty and the Beast” (2017) está a metros luz de ser una mala película, sin embargo, ellos sabían a qué y a quienes se enfrentaban, y evidentemente no pudieron convencer a tan grandes bestias.