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    Máquina de guerra
    Críticas
    2,0
    Pasable
    Máquina de guerra

    La guerra de Afganistán para "dummies"

    por Alberto Corona

    De la faceta como productor de Brad Pitt es tentador quedarse con su afán por mostrarles a sus compatriotas norteamericanos los desmanes que han cometido a lo largo de la historia, contra otros o contra sí mismos. Lo sería, sí, por cuanto de encomiable tiene esta labor, pero a veces las formas lo son todo, y vistos tanto su breves pero jugosos cameos en películas como 12 años de esclavitud (2013) o La gran apuesta (2015) –debió de escocerle no aparecer al final de Moonlight (2016) consolando al desdichado protagonista–, como su contribución en Máquina de Guerra, empieza a imperar una sensación de hastío, de rechazo ante quien con tanta conciencia y responsabilidad pretende explicarnos exactamente, y sin dejar lugar a la imaginación o el raciocinio propio, qué es lo que hacemos mal.

    La película original de Netflix viene dirigida y escrita por David Michôd, cineasta inteligente y meticuloso –al menos así lo atestiguaba su potentísimo debut, Animal Kingdom (2010)–, que aquí se ha plegado dócilmente a los designios de Plan B y su capitán, adaptando en el marco de un guión asombrosamente problemático el libro The Operators, publicado en 2012. En él, el periodista de la Rolling Stone Michael Hastings estudiaba algunos de los más incómodos entresijos de la guerra de Afganistán en torno a la figura del general Stanley McChrystal, un excéntrico militar que fue apartado del servicio tras unas desafortunadas declaraciones en contra de las políticas de Obama, recogidas por el propio Hastings. McChrystal es también el protagonista de Máquina de Guerra, sólo que no se llama McChrystal sino Glen McMahon, y ésta es la coartada de la que se vale Brad Pitt para dar rienda suelta a todo su histrionismo, mezclando los tics marciales del Aldo Raine de Malditos bastardos (2009) con la ilimitada estulticia de su personaje en Quemar después de leer (2008).

    McMahon resulta, así, un personaje caricaturesco y exagerado hasta decir basta, lo que no sentaría mal precedente para las ínfulas satíricas de las que se reviste Máquina de Guerra sino se viera rodeado constantemente por multitud de personas decentes y civilizadas empeñadas en leerle la cartilla –la aparición en este punto de Tilda Swinton es similar, en cuanto a redundancia y pereza, a los highlights del propio Pitt en 12 años de esclavitud y La gran estafa–, o si no contara con ocasionales simulacros de humanización, que flaco favor acaban por hacerle a la vertiente humorística –sí, supuestamente esto es una comedia– del film. Más que nada, porque nunca se sabe si tenemos que reírnos o no. Y porque, ante la duda, Máquina de Guerra indica que lo mejor es no hacerlo.

    Partiendo de estos supuestos, casi es lo de menos que lo que la película de David Michôd cuenta, con la que está cayendo, suene a anacrónico. Su problema fundamental es la indefinición, junto con sus fallidas incursiones en distintos géneros, y la interminable retórica que evidencia, en boca de los propios personajes o del insistente narrador –que te resume la idea fundamental de Máquina de Guerra en los primeros cinco minutos de metraje–, la incapacidad del film por emplear un lenguaje mínimamente cinematográfico que convenza de que su mensaje ni está trasnochado ni lo suficientemente masticadito por los medios o el sentido común, sino que es relevante. El fracaso de Pitt, Michôd y compañía, en ese sentido, es de lo más doloroso.

    A favor: Algún diálogo inspirado que otro, como aquél que cuestiona el 'Yes, We Can' de Obama, y que sirve de venenosa precuela al advenimiento de Donald Trump.

    En contra: Que nadie se atreviera a preguntarle a Brad Pitt –que ponía el dinero, al fin y al cabo–, en qué demonios estaba pensando durante el rodaje.

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