“Hombre firme..., con un plan impaciente”, que no impacienta con firmeza.
El otro día, le oí a Cárdenas comentar en la radio, “Steven Spielberg ¿por qué no vuelve a hacer películas como las de antes?, ¿tipo los Gremlins, los Goonies etc...?”, y no le quito parte de la razón; parece que, este exitoso director, haya pasado de maravilloso inventor de sueños a formal cronista, de exquisito narrador de fantasías fabulosas a serio informador de hechos importantes acontecidos en el mundo..., que es válido saber para nunca olvidar, por supuesto, pero ¡su visión es tan apagada y austera!, ¡neutra y poco fogosa!
Espías en un puente..., nada más oír de ella logra abrirte el apetito, tres colosales nombres -Spielberg, hermanos Coen, Hanks-, magníficos en su oficio se unen para ofrecer una pieza filmográfica que, por adelantado ya supones debe ser buena, potente y merecedora de tu tiempo, más si le añadimos el atractivo de etiqueta “basado en hecho real”, que siempre incita y aviva las intenciones de su consumo.
Porque despierta ganas, curiosidad, estima, ese síndrome natural de ojear y desvelar que esconde; porque hay acontecimientos históricos que cuando los descubres dices ¡ole!, ¡que bueno saberlo!, pero ¿es este el caso?; impresiona, sin duda, merecedora de tu conocimiento lo es, confirmación absoluta, pues es la ganada revelación de un héroe anónimo, hasta este momento, que contribuyó a la historia con su modesto, pero cumplidor trabajo, pero ¿por qué no hay fascinación, asombro y recuerdo duradero de lo visionado?, ¿por qué no sales del cine comentando la gran hazaña presenciada?; porque técnicamente es un magistral portento en cuanto a dirección, escritura de guión, interpretación de gesto y palabra pero, reitero, ¿por qué hay consideración por lo realizado, pero no devoción por lo contado?
Se entiende lo que pasa, ese peligroso, complicado y delicado juego a tres bandas pero ¿emociona?, su negociación ¿hipnotiza?, ¿enlaza con fervor y estrés con el público?, o ¿es oferta grata de escaso impacto?
Tres hechos, separados en poco tiempo y distancia, van a concurrir en partida única de intercambio mutuo, intereses y beneficios para países que niegan estar presentes en el debate, amén de un abogado de seguros que plantea la mejor y más fructífera estratagema pero ¿hay intriga, tensión o nerviosismo en todo el proceso?
Tal vez ese sea el problema de todo el proceso, un oír nombres, ofertas, demandas y acuerdos que no eleva la temperatura ni causa gran preocupación y, sinceramente, un guión escrito por los hermanos Coen crea una expectativas que, en la presente cinta, nunca llegan a cumplirse; el canje sigue su arduo tanteo con los respectivos nombrantes pero, tu interés no está tan activo como debiera debido a un escrito, más pensado para el recitador que para la audiencia que respira su recitado.
Es un hecho curioso de todos contra todos, apostando a una paz donde nadie se fía de nadie, con un valorado Tom Hanks, como veterano abanderado de un peculiar relato de cómo funcionaba la guerra fría, con un meticuloso Steven Spierlberg a la dirección concienzuda de su nueva aportación al mundo sobre un acto apenas conocido, ahora por jamás olvidado.
Trío de historias a las que hay que referirse ligeramente -no tenemos tiempo de sobra-, para unirlas en ese decisivo puente, motivo de toda la contienda, todo con un ambiente digno y loable de la época y su dureza de circunstancias que, con todo, no deja de evocar ese mustio sabor comedido de lo que es correcto y preciso en su visión, pero insustancial y desapasionado en su consumo; una contradicción que lleva a respetarla por el trabajo técnico, su método, estilo, procedimiento y la información contada pero, que queda lejos de ser sentida con sentimiento, ilusión, aliciente y entusiasmo de aquel que observa la transacción.
Descompás que se cobra su precio, ya que “¿Nunca se pone nervioso?”, “¿Ayudaría?”, sí..., pues sería síntoma de una afinidad y sintonización captadas con profundidad y apego, y no esa frialdad de quien escucha con moderación tenue, pero ni sufre ni padece, únicamente espera tranquilo la resolución de un anecdótico conflicto resuelto a tres toques de bola que, al igual que el billar español, es más estimulante y entretenido si eres un participante, que si eres un seguidor de la grada.
“¡Qué bien!, todos me odiarán y yo perderé”, tranquilo, no tanto; se aprecia y respeta tu trabajo, por ahí ninguna pérdida; ¿respecto la crónica narrada?, no se pierde lo que nunca llega a poseerse, ese corazón ausente.
Lo mejor; la curiosidad que comunica y su estilismo narrativo y visual.
Lo peor; un progresivo apagado y distanciamiento, debido a su carencia de alma y sentimiento nutritivo.
Nota 6,3