J.A. Bayona pone en peligro de extinción a los dinosaurios.
Antes de finalizar unos largos, largos créditos de cierre, presencie en completa soledad y con una exquisita melodía de fondo que daba sus últimos respiros previo a la escena post-créditos, un agradecimiento, un nombre y un apellido que engloban la más apreciable y única mejora que a ojos del espectador común puede ser destacada: Guillermo del Toro. Por supuesto que amén de su estrecha relación personal y su fervoroso orgullo escrito en español, ambos comparten con mutualidad consejos sobre los distintos proyectos que ambos llevan a cabo, desde los detalles más imperceptibles hasta los más generales, en este caso: la asfixiante atmosfera que inunda, para deleite de todos, el metraje entero, marca insigne de Bayona y Del Toro.
Siempre regida autoconscientemente por una asombrosa incongruencia en sus fundamentos y una creciente estulticia en los medios utilizados para empujar la historia, “Fallen Kingdom” es una progresión de set-pieces de variable calidad que difiere desde sus inicios con las siempre intrigantes antelaciones. Bien predicaba su director meses previos al estreno que la segunda entrega de esta nueva trilogía jurásica sería la más oscura y tenebrosa con respecto a la saga entera, y no hay más que verdad en sus palabras, cuando menos en la mayoría de las magníficas secuencias de acción en la isla. Aún con la clasificación PG-13 como barrera, Bayona y el director de fotografía Oscar Faura encuentran maneras para que, por lo menos, a partir de la mitad del segundo acto, la película se bañe en un extraño terror de supervivencia, y pese a que padece de una lacerante desconexión en los géneros que utiliza, artísticamente se nutre del maravilloso manejo de cámara, una paleta de colores feroces y el soundtrack bastante corriente de Michael Giacchino , que encuentra su único punto de gloria en las variaciones del himno de la franquicia original. Evitando a capa y espada internet desde la publicación global de las críticas especializadas y el lanzamiento del primer avance publicitario, poco fue lo que llego a mis oídos sobre el largometraje. Teniendo como base única la bombástica precuela hollywoodense de 2015, pronosticaba enormes sorpresas con esta nueva entrada, y aunque en el campo de escritura no había mucha carne para saborear, restaba el potencial visual para intentar nivelar la balanza, propósito que no consigue del todo, incluso teniendo un fabuloso crew. Por mucho, únicamente tres cuadros resultan memorables en su magnificencia artística, algo profundamente decepcionante. No les des a los dinosaurios presas grandes, de hule.
Independiente del resultado, J.A. Bayona acaba de hacer su debut dentro del monstruo cinemático Hollywoodense. Por encima de la gran presión que significaba el exorbitante presupuesto— estimado entre 170-187 millones de dólares, —el director barcelonés tenía sobre sí el peso que otorga una de las sagas más reconocidas e insignes de la ciencia ficción en la historia del cine. Y aunque al parecer, la nueva ronda de filmes predomina la objetivación de los “terribles lagartos—” tesis radicalmente opuesta a, por lo menos, los principios originales de Spielberg—y prioriza las grandes recaudaciones en lugar de concentrarse en un buen proceso narrativo, el cineasta erige su inusual blockbuster a un precio muy alto, dinamizando lo que ya de por sí hacía bastante bien el filme de Colin Trevorrow y desestabilizando su propia visión con un trama muy mal construida, un ritmo decadente y pernicioso, personajes mediocres, actuaciones desprovistas de carisma y una sucesión de pequeñas fallas y/o inconsistencias en el guion que solo provocan la idealización de los fans sobre esta secuela si todo lo anterior hubiera sido de otra manera. Sin duda Bayona es un artista dotado con los visuales y con la emocionalidad que impregna a sus relatos que provocan una experiencia muy marcada y disfrutable, sin embargo, por ejemplo, a diferencia de la libertad creativa puesta sobre el potente y lacrimógeno cuento fantástico protagonizado por Lewis MacDougall, esta vez Universal únicamente usó sus ideas y características en la amenazante puesta en escena.
Derek Connolly, sujeto desde el inicio a esta nueva trilogía de dinosaurios, y Colin Trevorrow, cabeza responsable del primer filme y escritor recurrente en el renacimiento de este mundo spielberiano, parecen no congeniar en su tipo de escritura, mayoritariamente. Solo hay que mirar atrás y ver la cantidad de proyectos en los que han compartido créditos como guionistas— con dos grandes producciones de la ciencia ficción contemporánea (“Jurassic” y “Star Wars”), — por ende, es extraño estar buscando razones al porqué de este maltratado espectáculo de efectos especiales, porqué Universal dio luz verde a una idea poco original. Se especula que únicamente para librarse de la siempre difícil tarea que significa triunfar en el paso medio de una trilogía. Esta película es más un puente exigido que conecte con el gran desenlace que como una historia con nombre propio digna de contar. De alguna manera, necesitaban dejar sueltos a los dinosaurios, pues eso hubiera sido posible en los primeros minutos de la última película, ahorrándose el desperdicio del talentoso crew involucrado y una que otra idea impresionante, desafortunadamente, continúa reinando el entendimiento de cine como ganancia monetaria en la maquinaria cinematográfica más potente del mundo.
Relegar el natural carisma de Chris Patt para otorgárselo a un “comic-relief” tan flojo como interesante es una de sus mayores contras, fortificándola con la inusual actuación de los actores protagonistas y unos one-liners carentes de efecto. Mientras lo más discutido de la anterior cinta era el tipo de calzado que Claire llevaba toda la película, huyendo a través de una fangosa selva o el áspero asfalto del parque, ahora sí que tendrán razones para criticar pues en muchas ocasiones ella se convierte en la típica y actualmente odiosa damisela en apuros que debe ser rescatada por un hombre, inyectando incluso un artificial e innecesario momento “romántico.”
Las actuaciones son de mediana calidad incluso viniendo de los grandiosos actores principales, quienes refunden la chispa, la poca chispa que se evidenciaba en el primer filme y que pretenden recompensar por medio de interacciones de máximo cuarenta segundos. A muchos de los personajes se les priva de su esencia y potencial en pantalla: Chris Pratt cede su inherente factor cómico por ser el héroe en función; Daniella Pineda pretende ser el primer personaje LGBT pero les da miedo ponerlo en manifiesto; Bryce Dallas Howard no recibe una carga argumental aplaudible más allá de ser blanco para el engaño; y a Justice Smith se le encomienda un personaje repelente e insípido, no hay fuerza en sus actuaciones ni en sus personajes; otro duro contrapié para la historia.
Al tiempo que consuma su prometimiento de ser mucho más sombría y tenebrosa, quebranta otra de sus estimulantes promesas, pues, según decían, la segunda parte de la trilogía moderna llevaría a los dinosaurios más allá de los confines del parque, una decisión que infaliblemente encendió la maquinaria de teorías de los más ansiosos. Con presupuestos equivocados, el relato únicamente se dividiría en inusuales fragmentos muy marcados y un giro radical de tono, movimiento atípico en los blockbusters de Hollywood. Con seguridad, nadie se imaginó que los dinosaurios terminarían dentro de una gótica mansión, bañando el largometraje con un tinte de haunted-house, una impresión narrativamente insatisfactoria debido a la ausencia de un motivo compatible con las anteriores historias. La subasta de estos imponentes híbridos genéticamente alterados es una salida llena de oportunidades, sin embargo, es introducida de manera tardía mediante un aprovechamiento incompleto que nunca llega a tocar su potencial crítico. No hay concordancia entre el propósito global de la mega-producción americana con la mayoría de elementos que la componen y eso se hace evidente con el sacrificio de características más importantes a cambio de logros suplementarios.
En resumen, las mejores escenas son las únicas dos protagonizadas por Jeff Goldblum— cualquier parecido, a nivel promocional, con lo que hizo Warner Bros. y DC con el Joker de Jared Leto para “Suicide Squad” es una coincidencia. — ¿Fueron necesarias dos horas de altisonantes melodías y contados cuadros verdaderamente impactantes para decir: “Bienvenidos a Mundo Jurásico”? Por curiosidad, amor y fidelidad a Bayona y Trevorrow anótenme, por lo demás, estoy fuera.
Ahora, he aquí un caso más en el que se desestima el poder de un verdadero test-screening, el cual optaron por omitir contando únicamente con el aval de Steven Spielberg y la recepción positiva de la familia del hombre araña de Marvel Tom Holland. Por supuesto y según asegura el director, a ambas partes les encanto el metraje final, no obstante, si el filme hubiera sido probado con un rango de espectadores más amplio, ajenos a conocidos del director, muchas desgracias hubieran sido evitadas.
No se puede renegar de las alucinantes imágenes ni de ciertos set-pieces que erizan la piel en “Jurassic World: Fallen Kingdom” de J.A. Bayona, del mismo modo, no queda más que apreciar la prolija construcción de algunas atmosferas rebosantes de suspenso y las más típicas características del cine de terror mainstream que incrustan sus garras con intolerable tesón. Aunque medianamente eficientes e inusitados por la franquicia jurásica, la oscuridad y dramatismo que el director pretende impregnar a su relato no llega ni siquiera a rozar una satisfacción cabal debido a, en primer lugar, la barrera PG-13 que se interpone en sus propósitos, y en segundo, la discrepancia entre los amenazantes cuadros y el amedrantado guion que prima evidentemente a la hora de evaluarla como un todo. Con los dedos de una sola mano pueden ser contadas las cualidades a favor de esta secuela irregular, que peca de soberbia abriendo camino para el apoteósico clímax cinemático. Es otro blockbuster con poca alma y mucha pirotecnia que de seguro arrasará la taquilla veraniega global por una puesta en escena instintivamente llamativa y agresiva y por el gancho que siempre terminan siendo el dúo protagonista— Pratt y sus dinosaurios, — sin embargo, se desmoronara frente a sus competidoras debido a unas actuaciones flojas, un soundtrack poco innovador y un apartado narrativo y argumental sencillamente pobre e inconexo. Todo para llegar a la conclusión de que el peor pecado de este filme fue limitar la libertad de un artista, en toda la extensión de la palabra. J. A. Bayona pudo llegar a realizar grandes cosas, como por ejemplo, domar a las más salvajes bestias del entretenimiento.