Regreso a Raskolnikov
por Carlos ReviriegoNo es que sea especialmente original, pero me encanta el cartel de esta película. Me gusta de hecho más que la película. Y eso es que es una de las más estimables que ha dirigido Woody Allen en los últimos años. Creo que lo que más me atrae del póster es la sensación de libertad y de encarcelamiento que transmite. Las dos a la vez conjugadas en oxímoron visual. Un gigante de la interpretación como Joaquin Phoenix, casi irreconocible, queda empequeñecido en su postura frente al mar, de pie en un peñasco, dándole la espalda a las embravecidas aguas. Es posible que la fotografía no dé la medida exacta del film (el océano no es que sea un motivo mayor en la trama), pero sí logra dar la medida de las sensaciones que infunde (romanticismo y misterio), y al mismo tiempo se ofrece como un magnífico retrato del protagonista, el verdadero enigma del film.
Phoenix interpreta a Abe, un prestigioso filósofo, alcoholizado y roto por dentro, cínico y descreído, que se traslada a una prestigiosa Universidad americana para impartir un curso de verano. Entre sus planes, terminar un libro con el que lleva años atascado. Pero los planes pronto quedarán solo en eso. Enseguida, dejará prendadas a su alumna más brillante (Emma Stone) y a una profesora desencantada con su matrimonio (Parker Posey). Pero el punto de giro en su vida, y en la película, será otro y tendrá lugar en un diner. Con un elegante movimiento lateral de cámara, el relato se traslada a otro lugar, se transfigura de la comedia amable al relato de corte dostoievskiano, pasa de forma orgánica del humor al homicidio. Mediante un acto existencial, Abe encuentra de nuevo el entusiasmo por la vida. Irrational Man se suma a partir de ese momento a las previas conquistas de Woody Allen en el territorio del drama criminal, de modo que viene a completar una trilogía iniciada con Delitos y faltas (1989) y continuada con Match Point (2005). Los referentes son los mismos –Crimen y castigo, Hannah Arendt, Heidegger…– aunque el resultado final sea algo menor.
De entre las variantes a la trilogía dostoievskiana, nos seducen de Irrational Man no tanto la idea del crimen (im)perfecto como del placer culpable (ya lo entenderán cuando la vean), así como la imposibilidad del docente filosófico Abe de casar acción con análisis, porque aquello que hacemos y aquello que filosofamos siempre acaban reñidos. Esa es la condena del hombre irracional en la película, la que el relato expone con obviedad desde el desparpajo y la levedad eminentemente allenianas. Hay en todo caso tres momentos en el filme –y que corresponden a sus giros más determinantes– resueltos con ideas cinematográficas que proceden de un maestro: un desplazamiento espacial, un primer plano cargado de energía y una escena propulsada por los cuerpos de los actores. Es curioso que ninguna de estas ideas procedan del guion, aunque es posible que la escritura y la dirección se hibriden con tanta naturalidad en el cine de Woody Allen que ya no podamos distinguir donde termina una cosa y empieza la otra.
A favor: Woody Allen vuelve a demostrar por qué nunca hay que perder la confianza en él. Es un cineasta de raza.
En contra: La banda musical, monotemática y repetitiva.