“Porque, a las cinco de la mañana, cuando estás realmente jodido y necesitas ayuda ¿a quién llamas? No llamas a los padres, ni a los colegas ni a conocidos, llamas a un verdadero amigo, y los nombres que te vienen a la memoria ¡no son muchos!..., de eso va la película”, Javier Cámara; “ ¡ahí le has dao!”, Ricardo Darín. Sinceridad a raudales.
¡Qué bueno que viniste!, qué bueno salir del cine pudiendo confirmar ¡es lo que esperaba!, ¡expectativas cumplidas!, rotunda afirmación cuyo previo temía y dudaba no poder expresar dicha sentencia con eficiencia sentida; pero se ratificó lo que se intuía y anhelaba, para complacencia de la persona que tenga la inteligencia de no dejar pasar la oportunidad de tastar tan exquisito manjar.
Imparcial no soy, adoro a ambos protagonistas, su talento y facilidad para la interpretación, para la transformación y evocación de sus personajes es asombrosa, magistral para deleite y gozo del espectador; fan o no, imposible no reconocer el respeto que se han ganado dentro de suprofesión.
Y si se añade un guión cálido y humano, que da la oportunidad de explayar tan deliciosas y buscadas habilidades, más un director que tuvo el ojo, o la fortuna, de reunir tanto ingenio y agudeza en un mismo filme ¡qué quieres que te diga!, el resultado no puede ser otro que esta ¡subliminal pieza!
Película de sentimientos encontrados, dureza de silencios que hablan a través de aquello que no se comunica pero todos entienden presente, fragancia de espíritu que debe acompañar en esa preparación de difícil viaje venidero donde sólo se requiere estar, observar y amparar; no importa tu opinión, no se solicita tu intervención, unicamente el respeto de una decisión, entendible o no, que ya ha sido tomada pues eres leal amigo que “no pedís nada, no pasáis factura, sois generoso”. Y hay que ser paciente y generoso para digerir y absorber una amistad de tantos años, profunda confianza que no necesita expresar lo que está dicho con su sola comparecencia y mutismo.
“Los inseparables”, que llenan la pantalla con su sólida presencia y penetrante mirada, que te cogen de la marno para volcar una inmensidad de sensaciones sin que puedas digerirlas con emoción distante, que con música de respiración lenta y esencia intimista, ofrecen la partitura final de esa alma cansada y agotada, querida y añorada a quien cobija un cautivador solitario de guitarra como preparación melancólica de esa forma entrañable, dura y espinosa de recepción elegida; no es fácil el tema, arde el asunto a tratar entre las manos, aquieta la aspiración y aliento, anula las ideas pues ¿cómo despedirse por siempre de un íntimo amigo?, ¿qué decir en ese último encuentro?, ¿hay algo no expresado que no se sepa e intuya?; de ahí que este hondo, abismal y categórico guión viva de prolongación y rutinarias pausas para cuatro días únicos e inolvidables, nada que añadir a la especial situación enfrascada que no sea la cotidiana andadura de quien se conoce sin abrir boca; tensión lagrimal, anímica angustia, inquietud colosal y lo único para aliviarla es callarse, caminar junto al protagonista y respetar aquello que comparte.
Cesc Gay realiza un hermoso trabajo, de arduo calado y enorme pesadez espiritual, con la sabiduría de olvidarse de la cámara como personaje y dejar, que esta potente pareja, actúe y deslumbre cada fotograma con sólo recitar sus memorizadas palabras, o simplemente sin pronunciar nada, robustez de dos figuras que sufren su dolor sin parlotear, que nutren su necesidad con su existencia mutua y que te permiten arroparles en sus fatigosos y definitivos encuentros.
Punto y aparte es la conclusión que se saque de esta preciosidad emocional, pues depende en toda medida de la afinidad que logres con las afecciones vertidas, simbiosis imprescindible para apreciar cada tesoro sensitivo, cada afecto personal e interno que ofrece con derroche y altruismo este esplendor de argumento; si te involucras, tu hipnosis dejará paso a esa blanda impresión emotiva de quien está sintiendo cada uno de los momentos con veracidad humana; en caso contrario, la asimilación puede ser de lentitud, vacío y distancia por la poca consistencia sentida para tanta transquilidad y letargo.
“No has venido para convercerme de nada ¿no?” No, pero salgo absolutamente convencida y rendida, por el placer y honor de ser la extensión de ese callado amigo que sólo debe aparecer, escoltar, servir de apoyo y facilitar la elección tomada pues, aunque no siempre “cada uno se muere como puede”, en esta ocasión es solemne tránsito de trago amargo, pero gustoso de presenciar, para quien sirve de testigo, de tan temblorosa firmeza, de quien lo tiene todo dispuesto y claro.
Truman, mi segundo hijo, totalmente dependiente, se solicita tutor que se haga cargo, hombre a ser posible, amante de los perros a poder ser, amigo del alma/de toda la vida sería inmejorable, gusta de magdalenas y baños de vez en cuando, tratar con cuidado y cariño pues me desprendo de una parte de mi irrecuperable, cuyo amor es irreemplazable, como todo el amor desprendido a mansalva en cada fotograma, pues si algo hay en la pantalla es amor, amor y más inmenso amor, único constante e indispensable amor que no todos tienen la fortuna de respirar y apreciar con la soberbia que se solicita.
Lo mejor, la pareja protagonista, la emotividad del guión, el ensimismamiento de su observación.
Lo peor, la visita sólo dura 4 días.
Nota 7