Guerra a control remoto.
Es difícil agrupar en un adjetivo los sentimientos que genera, en un sustantivo la algarabía de sensaciones que supura tu cuerpo y medita tu mente pues, es tan amplia la polémica y tantos los puntos de vista, ninguno absolutamente inocente o culpable, que te tambaleas en un mar de confusión y duda, de aceptación y desprecio que se intercalan y mezclan sin descanso ni permiso ya que, abrazas todas las posturas, cada una con su razonado debate y evidente acierto de enfoque en esa carrera de suspense a contrarreloj, con tibia tragedia incluida, que te lleva a meditar y especular por cuál de ellos te decides, cuál sería tu aptitud dado el caso, si la de los que ceden la pelota por no querer acarrear con el peso moral de la autorización dada o, de los que deja de ver ese mínimo daño colateral y se apoya en la estadística matemática de salvar a muchos más.
Porque ahí reside la cuestión, la importancia de una vida anónima, angelical y pura, para detener una operación militar de alto grado, un presente indemnizado o abatido por una real probabilidad, próxima a ejecutarse con horribles consecuencias sintomáticas; conciencia combatiente en ese interesante, agobiante, curioso y complicado sistema de mando, donde se procede a consultar a superiores, una tras otro, para ver quién tiene la valentía de asumir su cargo y tomar la decisión correspondiente al mismo, poder que acojona y asusta por las consecuencias propagandísticas de no querer nadie comerse el marrón de la culpa pública.
Pero siempre hay alternativa para esquivar la situación y que los datos se decanten a favor pues, como abre certeramente la cinta “en la guerra, la verdad es la primera baja”, sentencia dictatorial ejecutada a rajatabla que, en su peculiar antecedente, expone un abanico de frentes dispersos, todos coordinados, con el único objetivo de llevar a cambio la misión encomendada, aunque ésta cambie de finalidad resolutiva dada las nuevas circunstancias.
“Tu trabajo es ser sus ojos en el cielo”, y así se muestran los nuevos métodos y armas de los actuales conflictos bélicos, esos que se juegan desde una cómoda silla de despacho, con café y bollos, mientras el piloto comandante se halla en un cubículo portátil, en Nevada, jugando a los marcianitos humanos con una pantalla, una cámara, un control remoto y una discutida orden, complicada o sencilla de asumir, según se mire.
Porque hay controversia, hay discusión, hay rechazo, hay acuerdo, todo tan palpable y tan distante, tan impersonal y frío, inquietante y necesario; debate ético que no deja a nadie indiferente mientras la inesperada pequeña, motivo central de toda la contienda, sigue vendiendo panes, en la esquina de su barrio, con esa ignorancia de no saber la gran presión, incertidumbre, enfrentamiento y colisión de mandos que está provocando, por obedecer a su madre.
Y cualquier decisión, de avance o retirada, tendrá sus consecuencias, ninguna buena para ningún caso, y estupefacta oyes las conversaciones que dan a lugar, inquieta percibes la tensión de lo que hay en juego, con sinceridad entiendes a cada uno, con tristeza corroboras que hay que postularse, con conocimiento de causa de que no existe área segura que libre de la responsabilidad de decidir o callar, se asume la autoridad que va acorde al traje y los galones.
El precio de la guerra, siempre justificado, tal vez por ello habría que evitar llegar a ella pues, una vez puesto en marcha todo el conglomerado de procedimientos e instrucciones alguien saldrá herido, y suerte si sólo cae uno pues, se cuentan por mayoría desechable esos peones caídos involuntariamente en el arte de la guerra; ésta y sus tácticas han cambiado, y mucho, con el uso de las nuevas armas técnicas, lo que da escalofrío pensar es el día en que los del otro bando posean esas mismas formas de combate, y la baja en cuestión sea tu hija jugando en el patio de tu casa.
Buenos y malos, todos mezclados/ninguno limpio, un guión certero en su blanco a las emociones, puntero en atacar la moralidad de la audiencia, decisivo en crear argumentos a favor y en contra, todos unidos sin apenas distancias; dos actores sobresalientes, Hellen Mirren y Alan Rickman, que pasan a segundo plano dada la importancia del intercambio dialéctico y la reflexión que conlleva, aguda, cínica e intolerable pero real como la vida misma, y la situación actual que la sociedad soporta.
Ojos en el cielo que espían y deciden quién continua viviendo, qué se deja a riesgo, quién es amenaza, qué ciudadano es prescindible, cuál debe salvarse..., importa el color de piel, importa la procedencia, importa quién tiene turno esa mañana, importa lo que diga el informe, importa lo que se cuente a la prensa, importa lo que trascienda de esas agónicas horas, para salir todos indemnes y legalmente protegidos..., lo que ya no importa es una pequeña niña vendiendo panes, en la esquina de su barrio, como le había dicho su madre.
La ventaja o martirio, beneficio u horror de tener espías en el cielo, de ojos autómatas pero pulsador humano.
Lo mejor; la habilidad de la dirección y su escrito para aspirar y devorar la cinta.
Lo peor; su postulado de tragedia humana es débil.
Nota 6,4