Los restos del naufragio
por Suso AiraDejemos claro desde el principio que la valoración de este (a ratos apasionante, a ratos terrible) ejercicio introspectivo en el melodrama conyugal se ciñe a la versión remontada que nos llega en su estreno comercial. El proyecto original (dos películas, una desde cada uno de los puntos de vista de esta pareja en crisis... aunque no crean estar en crisis) tiene el espectador la ocasión de recuperarlo en plataformas digitales. Pero lo que tenemos aquí, tras un montaje obligadamente mutilador, no creo que pierda ni un ápice de ese retrato a dos que es incapaz de decidir quién es víctima y quién verdugo, quién parece capaz de sobrevivir a una tragedia y quién parece quedarse en la nave naufragada mirando alejarse al otro.
Y la valoración que uno acaba teniendo de La desaparición de Eleanor Rigby tiene por fuerza que ser más que positiva, aun aceptando sus errores (¿no los aceptamos acaso de sus personajes?). Algunos comentarios vinculaban, supongo que de manera inevitable e inconsciente, al film con el universo matrimonial del cine de Ingmar Bergman. Creo que voy a ser la nota discordante, porque pienso que la inspiración más evidente de Ned Benson (director y guionista) se halla más cercana a una obra maestra que lleva por título Con los ojos cerrados y que firmara un genio llamado Richard Brooks en 1969. Como en la película de Brooks, todo se sustenta en un personaje femenino que busca desaparecer y reconstruirse desde el dolor más extremo, ese que no mostramos día a día, ese que nos corroe desde las entrañas, ese que deberíamos haber racionalizado y domesticado. Jessica Chastain aparece así como una émula de la Jean Simmons que buscaba oxígeno en una relación conyugal muerta consciente de que el sufrimiento era inevitable. El detonante en el personaje admirablemente construido e interpretado por Chastain es diferente al de Simmons, pero tiene también mucho que ver con ese dolor del alma y con las convenciones sociales al respecto. Y mucho más tiene que ver ese marido y, sí, padre encarnado no menos estupendamente por James McAvoy con aquel John Forsythe émulo del propio Richard Brooks en la mencionada Con los ojos cerrados: alguien que escucha, que no entiende, que no quiere olvidar, que no quiere perder pero que necesita dejar marchar. Es en este duelo (en el doble significado del término) donde esta desaparición y ¿resurrección? femenina alcanza sus mayores logros. Pese a todo, los naufragios tienen siempre algo de belleza esperanzadora.
A favor: su pareja protagonista. Imposible no sentirlos cercanos.
En contra: algún exceso convencionalmente melodramático.