Llegué a Málaga nervioso, impaciente y también algo asustado. Recogí mi acreditación pensando seriamente que no me la merecía, que quién era yo para llevar colgada en mi cuello esa tarjeta rosa que me abriría todas las puertas de los cines del centro de Málaga, de la alfombra roja y de las mil y una ruedas de prensa que sucederían a la proyección de las películas. Tocaba demostrar que sí era digno de pertenecer a ese selecto grupo de prensa cinematográfica, aunque nunca me haya considerado uno de ellos hasta el momento.
Quizás por eso, y por toda la mezcla de sentimientos descrita anteriormente, me colé con más de una hora de antelación para el estreno de “Toro”. Aquella mañana del 22 de Abril había un Audi rojo aparcado frente a la puerta del cine Albéniz. Debía ser uno de los pocos coches que sobrevivieron a la temerosa conducción que Mario Casas y Luis Tosar realizaron durante el rodaje de una de las persecuciones más espectaculares del año a través del río seco de Málaga. Resulta curioso saber que cuando el director de “Toro”, Kike Maíllo, presentó el proyecto a sus protagonistas, el guion de este apenas ocupaba media cuartilla de folio: “algo sobre dos hombres en un coche y una niña”, recordaba Tosar en rueda de prensa tras la proyección de la película que ha abierto este año el Festival de Cine de Málaga.
Una rueda de prensa en la que no conseguí armar ninguna pregunta en voz alta. Ni en las que la siguieron a lo largo del Festival. No creo que pesase tanto la falta de valor como sí las ganas de escuchar, de aprender, de dejar que los que sabían de esto me ilustrasen con su experiencia. Por eso aprendí, desde esa primera rueda de prensa en el cine Albéniz, que el que mandaba en ellas era Fernando Méndez-Leite. Qué figura más icónica, ilustre en su esquina derecha de la mesa, hablando a directores, actores y productores como si fuesen niños de colegio y él el profesor que les da la palabra. En definitiva, un lujo, un espectáculo de moderador.
Pero sigamos con “Toro”. Algo en esas tres líneas primigenias debió llamar la atención de los interpretes que, uno a uno, fueron cayendo en las redes del director para conformar un reparto prodigioso que aúna lo mejor de varias generaciones de actores, desde un inconmensurable José Sacristán hasta la fantástica y omnipresente Ingrid García Jonsson, sin olvidar el lujoso plantel de secundarios que aparecen en la cinta, como José Manuel Poga o Luichi Macías, que no hacen más que fortalecer y cohesionar el plano físico-social en el que se mueve la cámara del catalán, mostrando una particular visión de la realidad de nuestra tierra de caciques y sometidos, de gente anclada y trepas despiadados, desde un escalón ficticio que dota a la historia de la identidad necesaria para atrapar al público en ella a través de este ecosistema de mafia y violencia.
Porque Toro es un animal. Una bestia salvaje que sobrevive a base de reprimir la rabia y el pasado. Por eso, cuando su hermano llama a su puerta en busca de ayuda, la coraza que había vestido durante 5 largos años comienza a resquebrajarse, dando paso a una espiral de violencia estilizada que es, en realidad, la única forma de expresión posible para quien ansía obtener la libertad a través de la venganza. Hay que ser muy osado para comparar a Mario Casas con Tom Cruise, pero que el gallego haya rodado el 85% de las escenas de acción sin necesidad de dobles especialistas y que muestre una tremenda facilidad paraque expresar todo lo que siente su personaje a través del físico, le hacen merecer, al menos, la opción de que en un futuro se gane la comparativa. Esperemos que siga eligiendo más trabajos de este estilo, más en la línea de “Grupo 7” (2012) que de “Tres metros sobre el cielo” (2010), su carrera y la consideración que el público tiene de él, podría cambiar drásticamente si corrige su camino hacia el del thriller de acción.
No hay duda aluna de que “Toro” es una película de género, y como tal, necesitaba de una cantidad suficiente de elementos distintivos para llegar a ser algo por sí misma. De ahí que el personaje de Romano, patrón y falso padre, hermano mayor de la cofradía El Silencio, esconda cuchillos bajo la manga como si de Robert de Niro en “Taxi Driver” (1976) se tratase, mostrando la religión como mero adorno contextual y espiritual, reflejando la hipocresía de todo aquel devoto carente de piedad. Y también que el devenir del destino dependa de la superstición hacia una carta de la baraja española como es el Caballo de Espadas, o que Málaga aparezca fotografiada bajo filtros que la oscurecen durante el día y la tiñen bajo baratas luces de neón cuando cae la noche.
La columna vertebral del guion de “Toro” sigue estando compuesta por esa simplista línea argumental que fue creciendo en la mente de Kike Maíllo, pero todo el armazón de elementos y detalles que la adornan y la protegen consiguen que la película crezca, casi sin darnos cuenta, hasta alcanzar la posición de referente, incluso de futuro clásico, dentro del género en nuestro país. Y a pesar de sus defectos, a “Toro” siempre habrá que defenderla. Como a un mal hermano.